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LA CARNE DE CAÑÓN SILENCIOSA: LA EXPORTACIÓN DE LA GUERRA Y EL CONTRATO DE ABSURDO

La acusación de que Moscú está engañando a extranjeros para que luchen en Ucrania debido a la escasez de reclutas no es solo una táctica de guerra; es una radiografía del cinismo estatal que degrada el conflicto a una mercancía. La guerra, que Camus definió como el Absurdo, se convierte en un contrato de absurdo donde la vida de un individuo se intercambia por una promesa económica o legal inexistente. La figura del mercenario engañado es la máxima expresión del descarte humano en un conflicto que ya no puede sostenerse con la voluntad propia de sus ciudadanos. El Estado, al no poder asegurar la lealtad interna, recurre a la explotación de la necesidad económica global.

La escasez de reclutas locales no solo revela el coste humano de la guerra, sino la erosión de la legitimidad interna.

 El reclutamiento forzoso o engañoso de extranjeros actúa como una válvula de escape para el Estado. Permite que el coste más alto de la violencia (el sacrificio de vidas) recaiga en individuos que no tienen una conexión nacional directa, aliviando así la presión social interna. Es el mecanismo de chivo expiatorio de René Girard aplicado a la geopolítica: la violencia se desvía hacia el forastero para purificar temporalmente el conflicto social interno.

 Los "contratos" ofrecidos a extranjeros (la promesa de ciudadanía, la promesa de altos salarios) son la mimesis de la necesidad. El Kremlin se aprovecha de la desesperación económica o de la búsqueda de un estatus migratorio en países pobres, utilizando esta necesidad como un señuelo. La vida se convierte en un peón desechable intercambiable por un pasaporte prometido o una suma de dinero.

El mercenario, especialmente el engañado, opera en un limbo legal que le niega la protección del soldado regular.

 Los contratos firmados bajo coerción o engaño (la promesa de roles no combatientes, la falsedad sobre el destino final) son, desde una perspectiva ética, nulos de pleno derecho. Sin embargo, la ficción legal se mantiene para permitir que el Estado descarte al individuo sin tener que responder por las pérdidas. El extranjero se convierte en la "carne de cañón silenciosa" que no tiene un lobby político ni un costo mediático significativo en casa.

La guerra, para el combatiente que lucha por la causa de su nación, tiene un sentido (la defensa, el nacionalismo). Para el extranjero engañado, la lucha es el Absurdo total: arriesgar la vida y morir por una causa que no es la suya, bajo la promesa de una vida que nunca se materializará. Es una muerte despojada de significado.

La única forma de contrarrestar esta estrategia es exponer la estructura de la explotación y asegurar la responsabilidad.

La comunidad internacional debe insistir en la lógica binaria de la legalidad: el combatiente es un soldado regular (sujeto a las leyes de la guerra) o un mercenario (sujeto a las leyes nacionales e internacionales). Engañar a un individuo para que sirva en primera línea bajo falsas promesas es un crimen contra la dignidad humana y debe ser tratado como tal, con sanciones y juicios claros contra los oficiales de reclutamiento.

 El periodismo debe seguir la máxima de Kapuściński: "El cínico no sirve para este oficio". Exponer la desesperación que lleva a estos hombres a aceptar el contrato de absurdo es tan importante como exponer el engaño. El foco debe estar en la vulnerabilidad del explotado, no solo en el poder del explotador.

Sientes la rabia ante la mentira. Imaginas la desesperación del hombre que cambia su vida por un papel falso. La vida es tratada como una unidad de costo desechable en una hoja de cálculo militar. Tu cuerpo te exige: no aceptes el silencio sobre esta forma de explotación. La lucha no es solo por la soberanía de Ucrania; es por la dignidad innegociable de todo ser humano que es reducido a una variable sacrificable en el gran juego de la geopolítica.


Si la guerra ya no puede sostenerse con la voluntad del pueblo, ¿quién asume la responsabilidad ética por la vida del extranjero engañado?


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