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EL TRAVESTISMO FINANCIERO: LA MÍMESIS DE LA AUSENCIA Y EL ABSURDO ECONÓMICO

La noticia de un hombre en Italia que se disfrazó de su madre fallecida para seguir cobrando su pensión no es una nota de humor negro; es una sentencia de la precariedad económica que, bajo la lupa , se convierte en un drama de la identidad y la ausencia. La pensión, un salario diferido que debe garantizar la dignidad, se transforma en un objeto de deseo mimético tan vital que requiere la suplantación de la identidad biológica. Este acto es el Absurdo en su máxima expresión: el hijo tiene que dar vida a la muerte de su madre para poder mantener su propia vida. Es la lógica binaria del capital que exige que el cadáver siga siendo productivo.

El motor de la suplantación no es el exceso, sino el miedo al colapso financiero. René Girard explica que el deseo es mimético, pero aquí se extiende al objeto de subsistencia.

 El "deseo" del hijo no es la riqueza, sino la supervivencia mínima que el cheque de pensión garantiza. La pensión de la madre se convierte en el objeto de deseo vital (el bien escaso) que la estructura económica le niega al hijo. La única forma de obtenerlo es imitar al poseedor (la madre). El disfraz es la máscara de la necesidad.

La única respuesta lógica del hijo, en su desesperación, es una acción profundamente ilógica y absurda (vestirse de mujer mayor, maquillarse). Es el choque violento entre la necesidad biológica de sobrevivir y la indiferencia inhumana del sistema burocrático.

La ejecución del plan revela la fragilidad del sistema burocrático ante la audacia del desesperado.

 El sistema de pensiones se basa en un mecanismo de verificación masivo, rutinario e impersonal. El hijo explota esta ceguera programada. La burocracia, al no estar diseñada para el fraude creativo, depende de la honestidad. El acto de vestirse de mujer no es un homenaje; es la prueba de concepto de que el sistema solo verifica la apariencia y no la esencia de la identidad.

 El inevitable castigo por el fraude (que  describiría como un intento de evadir la estricta vigilancia del Estado) no solo es una sanción legal, sino una sentencia ética que el Estado impone para reafirmar su autoridad. El mensaje es claro: la ley es más importante que la necesidad.

Este acto, en su teatralidad, sirve como un comentario social sobre la rigidez de las redes de seguridad.

 El caso revela que, en la lógica más cruel del capital, solo el individuo con un historial productivo (el pensionado, la madre) tiene valor financiero. El hijo, presumiblemente desempleado o subempleado, es la "variable desechable" de la economía. Al suplantar a su madre, el hijo lucha por ser reconocido como "productivo" a través de la identidad de un muerto.

El Cronista debe ver más allá del disfraz. El verdadero reportaje no es la peluca, sino la historia económica que llevó a un hombre a arriesgar su libertad por un cheque de pensión. Es la exposición de la pobreza oculta que la estadística oficial ignora.

Sientes la incomodidad ante la imagen del hombre disfrazado. Sientes la risa cínica, pero también la punzada del miedo a la propia precariedad. Te preguntas: ¿Qué línea absurda cruzarías por mantener tu subsistencia? El acto es una advertencia somática: tu dignidad está condicionada por la firma de un cheque. No te rías del disfraz; cuestiona el sistema que lo hizo necesario.


Si la necesidad te obliga a suplantar una identidad, ¿qué tan real es la tuya propia ante la lógica implacable del capital?


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