🌹 El Destino Implacable: La Canción Rota del Sacrificio Maternal
El alma de la madre no es de mármol. El cuerpo, en su prosa de desolación, carga con el peso de la Canción Rota que le impide nombrar su dolor. La sociedad no le permite el Duende, esa voz esencial de la tierra que nace del sufrimiento auténtico. Ella está obligada a la simulación de la plenitud, mientras por dentro, su yo primigenio se enfrenta, sin tregua, a las etapas del duelo por la vida que ha perdido.
La presión es la negación épica de su propio proceso. Se le exige la Aceptación sin Lamento, sin pasar por la ira o la negociación por el tiempo que se le escapa. La madre no tiene permiso para la tristeza; se le impone la alegría obligatoria. Esta tiranía del júbilo convierte su vida en un lamento de sal y roca, donde el amor es tan vasto como el océano, pero el Destino Implacable le niega la orilla del descanso.
La verdad de esta tragedia lírica se revela en el silencio que sigue al llanto ajeno. El mandato social la convierte en una vasija de miel y hiel, incapaz de ser, simplemente, un ser humano. Al negarle su pena, se le quita la brújula, y la maternidad se convierte en el Viaje Inútil hacia el horizonte, sabiendo que la tierra prometida de la perfección no existe. La presión es el coro que le recuerda que el fracaso es su única herejía.
El daño de la presión social no reside en el cansancio; reside en la pérdida de su ser poético. La mujer se arroja a la Geografía del Olvido, creyendo que si abandona su propia voz, el coro la aceptará. Pero el único Destino Implacable es que al acallar la Canción Rota de su dolor, acalla también la melodía auténtica de su amor.
Si la sociedad nos condena a la ficción de la madre perfecta, ¿es más ético sucumbir al sacrificio lírico de la autoanulación, o es un acto de amor y duende el romper el silencio y nombrar la pena?

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