EL COLAPSO DEL ESCUDO DIGITAL: POR QUÉ LA CAMPAÑA DE LA SEP ES UN PARCHE INÚTIL SOBRE LA ESTRUCTURA EN LLAMAS DEL CIBERACOSO
Nosotros presenciamos el declive, no el amanecer. La ciberseguridad, como la moral pública, es una ilusión. El anuncio de la Secretaría de Educación Pública (SEP) de lanzar una campaña para "prevenir la violencia digital en Bachillerato" no es un acto de gobierno, sino una confesión de desesperación. Es un parche de papel sobre una herida abierta, el intento fallido de apagar un incendio civilizatorio con un vaso de agua. La educación se ha rendido: ya no moldea el carácter, solo reparte manuales de primeros auxilios para las catástrofes que ella misma no supo evitar.
La realidad brutal es que la juventud mexicana ya está marcada. Según el Módulo sobre Ciberacoso (MOCIBA) del INEGI, en 2024, el 21.0% de la población usuaria de internet de 12 años y más fue víctima de acoso cibernético, lo que representa la cifra fría de 18.9 millones de personas. Pero la cifra es más despiadada con el género que la campaña pretende proteger: el 22.2% de las mujeres usuarias de internet fueron víctimas, superando el 19.6% de los hombres. El terror digital no es neutro; es una extensión del machismo estructural, donde las mujeres jóvenes, niñas y adolescentes son los grupos más expuestos. Las formas de acoso más frecuentes, reportadas por las mujeres, son la recepción de contenido sexual y las insinuaciones/propuestas sexuales no deseadas, evidenciando que el problema no es solo escolar, sino profundamente misógino.
La infraestructura del daño está bien definida. Los agresores, en el 61.7% de los casos, son desconocidos o se ocultan tras identidades falsas (la modalidad más frecuente de ciberacoso), pero un alarmante 23.4% son personas conocidas, lo que apunta directamente al entorno social y, por extensión, al ambiente escolar. Las plataformas no son espacios neutros, son las nuevas armas: el 39.8% del acoso ocurre vía WhatsApp y el 39.7% vía Facebook, transformando los canales de comunicación cotidiana en zonas de guerra psicológica. La SEP llega tarde a un campo que arde desde hace años. La única respuesta efectiva que encuentra la víctima es el miedo: el 34.5% de las mujeres que sufrieron ciberacoso reportaron haber experimentado miedo como efecto principal, casi el doble que los hombres (16.0%). Esto nos dice que el costo no es digital, es psíquico.
El problema no se soluciona con una campaña temporal o un folleto impreso. Si solo el 11.2% de las víctimas de ciberacoso en México acude a denunciar ante el Ministerio Público o alguna autoridad, no es por falta de información, sino por la certeza de la impunidad. Los reportes de violencia digital han crecido hasta convertirse en la segunda forma de violencia más denunciada en México (7% del total de reportes de violencia de género), pero la impunidad sigue siendo la regla: solo el 5% de las carpetas de investigación por violencia digital han sido consignadas. El Estado no necesita campañas de prevención; necesita un sistema judicial que funcione para que la amenaza digital se sienta real, y no solo un fantasma en la pantalla. La verdadera prevención es la consecuencia, no el anuncio.
El Bachillerato no es la cura; es el centro del brote. Es el lugar donde la fragilidad de la identidad se cruza con la saturación tecnológica. La SEP actúa como un médico que da jarabe para una herida de bala.
La pregunta que debe quemarte la conciencia es: ¿De qué sirve una campaña que te enseña a cerrar una ventana si el incendio ya consumió toda la casa?

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