🔪 La Oferta Condicional: Psicoanálisis de la Esperanza Rebotada



 La paz es la siguiente fase del trauma. El atacante nos concede el cese del dolor individual solo para tomar como rehén la esperanza colectiva.

La mayor acto de caridad en la geopolítica moderna nunca es gratuito. Es, por definición, el más cruel y calculado acto de apalancamiento. La noticia irrumpe como un rayo de luz en un cuarto oscuro: la promesa de liberar a las víctimas. Es el "sí" categórico que el inconsciente colectivo anhela, el cese instantáneo del trauma. Pero, justo en el ápice de este alivio catártico, se incrusta el anzuelo, el recordatorio quirúrgico de quién tiene el verdadero poder: "pero pide negociar los detalles". La negociación no es sobre la vida; es sobre el uso psicológico de la esperanza como una commodity de mercado. Esta es la neurosis geopolítica en su forma más pura: el atacante concede el cese del dolor individual solo para tomar como rehén la paz colectiva. El mundo entra en un ciclo de ansiedad crónica.

La sociedad global, atrapada en su propia neurosis de polarización, se ha autoasignado el rol de espectadora perpetua, esperando que una fuerza externa, un Padre Arquetípico encarnado en un plan de alto nivel, llegue a imponer la simetría y el cierre. El plan no es una solución, es la proyección del deseo colectivo de delegar la agonía; la fantasía de que el caos se rendirá ante la voluntad estructurada de un imperio. Y aquí viene el primer golpe del psicoanálisis de la sombra: la entidad negociadora, al aceptar la liberación, valida ese deseo, pero al mismo tiempo lo somete al proceso de la dilación. ¿Qué significa el "detalle" en este escenario? El detalle es, en realidad, el mapa de la desmembración del ego de la parte oprimida, el precio que el poder demanda para que se vea legitimada su narrativa de salvación. Exigir negociar los detalles es una táctica brillante: convierte el sufrimiento ajeno en la materia prima para la construcción del futuro propio. El poder no reside en lo que se acepta, sino en lo que se logra retener para la mesa de negociación.

La verdadera angustia reside en el observador. La sombra colectiva se manifiesta en la hipocresía de la prisa. Queremos la liberación inmediata de las víctimas porque su sufrimiento es nuestro espejo, la validación de que algo en la arquitectura de la realidad está roto. Pero en el momento en que se nos ofrece la posibilidad de la paz a través de esa negociación, nos enfrentamos a la necesidad de comprometer nuestra propia pureza moral. El proceso de negociación, lento, tortuoso y lleno de pausas eficaces, sirve para ventilar las emociones (como bien saben los negociadores de crisis), pero en la escala geopolítica, sirve para normalizar la injusticia. Se nos fuerza a sentarnos a observar la lenta venta de los principios a cambio de la liberación física. El analista no puede dejar de notar la neurosis del "bulldog" en la mesa: la postura agresiva e intransigente que transforma la resolución en una contienda donde el objetivo es dejar al rival, o a la conciencia global, "sangrando" con el peso de la elección.

El plan de liberación, por lo tanto, no es el principio del fin; es el espejo de la autotraición. La neurosis más profunda es nuestra incapacidad para sostener el trauma puro. Necesitamos la narrativa de que el proceso es inevitable y necesario, porque la alternativa —la acción radical y sin negociación— está bloqueada por la misma Sombra que nos constituye. La liberación total de los rehenes es una ficha de póker depositada sobre la mesa, un depósito de confianza tóxica. Su valor no es humanitario en el cálculo final, sino táctico: garantiza que la negociación sobre el futuro de Gaza debe continuar, que la atención no se desviará y que el trauma será usado como palanca hasta la última gota. Quien negocia los detalles, negocia el tiempo, y quien negocia el tiempo, erosiona la resistencia de la conciencia global, que está exhausta y anhela el sueño.

El silencio que sigue a la aceptación condicional no es un vacío, sino el grito mudo de lo que se está sacrificando bajo la mesa. Estamos dispuestos a pagar cualquier precio, incluso el de la dignidad, con tal de que se restablezca la ilusión de orden. La gran ironía psicoanalítica es que la liberación total de los rehenes es la condición sine qua non para que el plan de dominación política (el "plan para Gaza") pueda ser negociado con la ilusión de legitimidad. La mente colectiva ha aceptado el trato antes de que se hayan escrito los "detalles". La sombra ha ganado otra ronda: la neurosis de la supervivencia siempre dicta que la rendición emocional es la primera concesión en una mesa de negociación. Y este proceso, esta danza de aceptación y dilación, es la prueba inquietante de que la paz, cuando se ofrece bajo estas condiciones, es solo la siguiente fase del trauma.

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