🤡 El Gran Chiste del 2 de Octubre: Cuando la Memoria Contrata Violencia a Destajo.

La sátira perfecta del sistema: la única manera de recordar la represión es replicando el libreto.
El sistema es brillante. El sistema te ama. El sistema te ha dado un día al año para que lo odies... y lo hagas exactamente como él quiere. Esto es el Gran Chiste Recursivo del 2 de Octubre, damas y caballeros. Un evento que conmemora un acto de violencia de Estado (el '68) a través de un acto de violencia contra el Estado (policías heridos). La paradoja es tan perfectamente circular que si la pones en una gráfica, obtienes un donut. Y un donut, por definición, no tiene alma, solo un agujero. Y ese agujero, amigos, es el mecanismo de auto-engaño social que valida la farsa.
Lo que tenemos no es una protesta. Es una re-enactación histórica con vestuario nuevo. ¿Recuerdan a Tlatelolco? Masacre, trauma, represión. La lección que la gente saca es: "Nunca olvidaremos la violencia estatal." La lección que el sistema nos da es: "La única forma de demostrar que no olvidas es certificando tu propia furia." Y ahí es donde entramos nosotros, los activistas de fin de semana con martillos. El chiste es que la memoria se ha convertido en una franquicia. Compras el kit, revientas el cristal, hieres al policía (que es, irónicamente, la versión de bajo presupuesto del '68), y listo: ¡Misión cumplida! La conciencia social queda limpia por un año más.
Pero hablemos del policía herido. El pobre tipo con el casco roto. Es el punchline perfecto del sistema. Es la víctima que valida la narrativa del poder. El gobierno, el verdadero Leviatán, no pone a sus ministros en la primera línea. Pone al tipo que gana un salario de miseria, al que es tan prescindible como tú o como yo. Y cuando ese policía cae, el sistema hace zoom en el hematoma y grita: "¿Ven? ¡Son vándalos! ¡Son la amenaza!" La violencia de los manifestantes no daña al sistema, lo alimenta. Da el argumento de que la represión es necesaria. Es el auto-engaño máximo: crees que estás derribando un muro, pero solo le estás dando el cemento para que lo reconstruyan más alto y con mejor seguridad. Es como golpear a un robot de tres mil millones de dólares con una cuchara de plástico. Él ni lo siente, pero tú te has ganado una etiqueta y un cargo.
Y el absurdo lógico de Lewis Carroll se manifiesta en las cifras: cerca de cien policías heridos. Cien. ¿Quiénes son esos cien? Son los chivos expiatorios de la farsa. Son la prueba de que el rito se completó. La memoria de Tlatelolco no se honra con la reflexión histórica o con la organización política. Se honra con la certificación de daños. Hemos llegado al punto donde el acto de protesta se ha vuelto un servicio de reparación para la narrativa gubernamental. Rompes algo, y ellos lo usan para justificar el presupuesto de seguridad del próximo año. Les hemos dado datos. Datos para la represión.
El sistema, en su infinita sabiduría, sabe que la memoria es una energía explosiva. Y en lugar de intentar apagarla, la canaliza. Nos da un corredor de violencia aprobado (con las cámaras listas) para que disipemos la furia de una generación en una tarde, sin tocar ni un solo engranaje real del poder. Nos da la ilusión de la acción sin el riesgo del cambio. Y nosotros, los manifestantes, ¿por qué aceptamos esta farsa? Por la urgencia del yo existo. Necesitamos esa adrenalina, esa foto con la cara tapada. Es la autotraición perfecta: sacrificamos la eficacia del mensaje por la satisfacción momentánea del performance. Nos convertimos en los extras de una película cuyo director es el mismo al que queremos derrocar. Y el sistema nos paga con cargos. Es el set-up y el punchline al mismo tiempo. Y todos, desde el manifestante hasta el político, estamos riéndonos sin quererlo, en la recursividad eterna del chiste. La ironía final no puede ser ignorada, el sinsentido se eleva a la máxima potencia cuando el foco se descentra por completo: ¿Qué tienen que ver Palestina y Cuba con recordar la geometría de esta farsa del 2 de Octubre? La respuesta es que, en el guion del sistema, todo es un sustituto; las causas globales son importadas como una cortina de humo para justificar el ruido y evitar la conversación silenciosa y difícil sobre la estructura local del poder.
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