🍽️ EL ARMA DEL HAMBRE: CÓMO LA PARÁLISIS POLÍTICA CONVIERTE LA COMIDA EN UN REHÉN


La amenaza de que millones de estadounidenses pierdan los cupones de alimentos el próximo mes debido al cierre del Gobierno no es un simple fallo administrativo; es una manifestación brutal de cómo la parálisis política se convierte en violencia estructural contra los más vulnerables. Cuando el destino de la comida en la mesa de un niño se decide en un juego de ajedrez ideológico en el Capitolio, la democracia ha dejado de ser un sistema de gobierno para convertirse en un mecanismo de tortura psicológica y económica.

El cierre de Gobierno es, en sí mismo, un acto de privilegio. Aquellos que operan la palanca de mando político —los legisladores, sus asesores, los lobistas— jamás sentirán el impacto directo de sus decisiones. Su debate se libra en el plano abstracto de los presupuestos y las resoluciones, mientras que su estrategia utiliza la supervivencia de millones de familias como una moneda de cambio fungible y desechable. La irresponsabilidad se disfraza de táctica.

El programa de cupones de alimentos (SNAP) no es una dádiva; es la línea de flotación que asegura la supervivencia de la población que ya ha sido marginada por la economía del mercado. Al poner en riesgo este programa, se expone una verdad sombría: para el sistema, la vida de los ciudadanos más pobres no es un derecho inalienable, sino una variable dependiente de la negociación partidista.

La crisis es una doble condena. Primero, la parálisis política castiga a los trabajadores federales por el fracaso de sus superiores. Segundo, y más grave, el castigo se traslada, sin ninguna justificación, a los dependientes. Se crea una fractura social donde la seguridad alimentaria se convierte en un rehén político, obligando a millones de personas a vivir en el terror del desabastecimiento, forzando la elección imposible entre pagar el alquiler o comprar la comida.

Esta situación desmantela cualquier ilusión sobre el contrato social. El Estado, que debe garantizar la protección más elemental de la vida, se transforma en la amenaza más inmediata. La interrupción del flujo de alimentos es un recordatorio de que, en la jerarquía del poder, el bienestar de los ciudadanos es siempre secundario a la disputa por el control. La batalla por los cupones de alimentos no es por dinero, sino por la reafirmación del principio fundamental de que la alimentación no puede ser un arma. La sociedad debe rechazar la normalización de esta crueldad sistémica, exigiendo que la comida sea declarada una zona neutral, inexpugnable a las guerras de egos políticos.

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