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Sigue lloviendo de Alice Kellen

 Una Melodía de Ausencia

La mente humana no es un recipiente, sino un espejo quebrado por los reflejos de los demás.

¿Cómo se analiza una novela que no es una novela, sino un dolor en forma de prosa? He cerrado las páginas, pero el vacío que me ha dejado no es el de una historia terminada, sino el de una vida que ha sido puesta en pausa. "Sigue lloviendo" de Alice Kellen no se lee; se siente en la piel, se filtra en la conciencia. Es un estudio clínico sobre la ausencia, una disección de cómo el vacío que deja un ser amado puede convertirse en una tortura silenciosa y constante.

Mientras leía, sentía la opresión en mi pecho, la misma que siento cuando la soledad se sienta en la silla de enfrente y me invita a un diálogo silencioso sobre los errores que cometí, sobre las palabras que no dije. La autora se niega a la tragedia grandilocuente. En su lugar, nos presenta la más silenciosa de las torturas: el vacío que queda. Y es aquí donde la psicología de la obra se revela. Daniel no está simplemente triste. Su mundo ha sido redefinido por una ausencia. Cada objeto, cada café, cada gota de lluvia es un recordatorio de lo que ya no está. No hay monstruos en las sombras; el monstruo es la cotidianeidad sin ella. Se ha convertido en un observador de su propia vida, un fantasma que camina por un hogar que ya no le pertenece del todo, un alma en un cuerpo que ha olvidado cómo sonreír.

La autora no usa la narración para contar una historia, sino para hacer un estudio de personaje. El lector no es un simple espectador; es el terapeuta silencioso, el confidente de Daniel. La soledad se convierte en un personaje con voz propia, una entidad que se sienta en la silla de enfrente y le susurra sus fracasos. Esta soledad, esta lluvia perpetua, no es un castigo, sino una purga. Un dolor tan profundo que, irónicamente, se vuelve la única forma de sentirse vivo, el único vínculo con el amor que se perdió.

La crítica a esta obra, si es que la hay, reside en su vulnerabilidad. Se expone sin miedo, sin artificios. No hay giros espectaculares, ni clímax que te dejen sin aliento. La novela es un largo suspiro, un fluir de conciencia que nos arrastra por las aguas turbias de la memoria y la resignación. Kellen nos demuestra que el mayor drama no es la muerte, sino la vida que le sigue. La vida que no se detiene, que no espera, que sigue adelante bajo la lluvia, aunque el corazón se haya secado.

Al final, no importa si la lluvia cesa. Lo que importa es lo que ha dejado a su paso. Las cicatrices emocionales que, como los anillos de un árbol, nos recuerdan que hemos sobrevivido a cada tormenta. Y en esa melancolía que se ha vuelto un hogar, en ese dolor que se ha vuelto una compañía, la obra nos pregunta: ¿podrás algún día dejar de sentir la lluvia en tu alma?