La Tarjeta Dorada

Cuando la esperanza tiene un precio y la dignidad un mercado.

“El precio de la esperanza no se negocia, se cotiza.”


El anuncio se presentó como una solución. No para un problema humanitario, sino para un problema de liquidez. El programa de la “tarjeta dorada” de Trump es la manifestación más cruda de una tesis económica: cada cosa tiene un precio, incluso el derecho a un futuro. En el papel, la propuesta es un engranaje más en la gran máquina de la economía global. Un nuevo producto financiero, diseñado no para la banca, sino para las fronteras. El producto promete un acceso expedito a un futuro en Estados Unidos, una aceleración de la burocracia, pero con un costo: una tarifa elevada que actúa como la puerta de un club exclusivo.

El costo humano de esta transacción es una variable que no se incluye en el balance. ¿Cuánto vale un futuro seguro? La cifra, que se cuenta en miles, se convierte en un filtro. Divide a las personas entre las que pueden y las que no pueden. La visa, un documento legal, se transforma en un bien de consumo, una mercancía que se puede comprar y vender. El sistema deja de ser un guardián de la ley y se convierte en un agente de ventas. La justicia, un concepto de acceso universal, se disuelve en el mercado.

Este no es un debate sobre inmigración. Es una discusión sobre el valor. Es la demostración de un modelo económico que asigna un precio a cada aspiración humana. La libertad, el futuro, la seguridad, la esperanza, todos se convierten en artículos con un precio de venta. Y la transacción se realiza con una frialdad matemática que ignora la desesperación y la valentía que hay detrás de cada dólar invertido.

"La visa, un documento legal, se transforma en un bien de consumo, una mercancía que se puede comprar y vender."

En el fondo, la “tarjeta dorada” es un espejismo. Una solución que no resuelve nada, solo perpetúa el problema. La promesa de un futuro seguro para unos pocos, a cambio de una deuda moral para la sociedad. Es un vacío que crece, una grieta en el sistema que nos recuerda que, cuando se pone un precio a la dignidad, al final del día, todos terminamos pagando el costo.

La pregunta no es si el programa es viable. La pregunta es qué tan vacíos debemos estar para poner a la venta el derecho a vivir.

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