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La Paradoja de los Inclinados.

 

 El Ascenso de una Mentira.

Una ciudad se hunde, y en lugar de buscar un salvavidas, construyen una escalera. Las pruebas de la locura a menudo parecen progreso.

El sol de la tarde le daba un brillo de óxido a los edificios, y yo podía ver las grietas desde mi ventana. La ciudad, una vez orgullosa, se inclinaba un poco más cada año, como un anciano que se cansa de la vida. Las autoridades lo sabían. Lo sabían todos. El suelo se estaba rindiendo, y con él, todo lo que se había construido sobre él. Pero en lugar de enfrentar el problema, decidieron hacer un espectáculo. Lo llamaron un funicular. Un cable de acero que ascendía por una de las colinas, una caja de cristal para llevar a la gente a un mirador desde donde podrían ver con más claridad el desastre que se avecinaba.

Lo miré en el plano de la ciudad. Una línea recta, limpia, subiendo sobre un mapa lleno de puntos rojos, que en mi profesión, significaban problemas. No era una solución. Era un insulto. Un soborno a la vista. Como si se pudiera ocultar un crimen con un trozo de vidrio pulido. El proyecto era, por supuesto, una "maravilla de la ingeniería", y los políticos posaban para las fotos con sus cascos blancos, sonriendo como si hubieran encontrado la cura para la muerte. Pero un analista como yo no ve lo que está frente a la cámara. Ve lo que está detrás. Ve los contratos. Ve el dinero. Y el dinero no se usa para salvar una ciudad, se usa para saquearla.

El funicular no era para salvar a nadie. Era un negocio, una excusa para desviar fondos, para que una compañía "elegida" ganara millones en un contrato de construcción que nunca tuvo la intención de solucionar nada. Los turistas subirían, sacarían fotos, y luego bajarían a una ciudad que se caía a pedazos. Era la ironía perfecta: la gente pagaba para ver la propia decadencia que, a largo plazo, los devoraría a todos. El problema de la ciudad no estaba en el suelo. Estaba en la moral de la gente que la dirigía. El funicular era un monumento a esa corrupción.

La noche cayó. Vi las luces de la cabina moverse lentamente hacia arriba. Un brillante hilo de plata que se negaba a reconocer la oscuridad debajo. Y me pregunté si el funicular era el problema, o si el problema era que la gente lo tomaba, creyendo que el ascenso era progreso, cuando solo era el último y más costoso acto de negación en una larga y sucia historia.