Una Crónica de la Exclusión.
El derecho a la defensa no es para todos. Y la ironÃa es que nunca lo ha sido.
Me desperté con el titular, como un aforismo absurdo, un mal chiste de la realidad. CNN reportaba que el Estado busca prohibir que las personas trans posean armas. Unos pocos sÃmbolos, una frase en la pantalla, y de repente, una porción de la población se convierte en un fantasma legal, una excepción a la regla. ¿Cómo es posible que algo tan fundamental como la autodefensa pueda borrarse con una sola palabra? La respuesta me llegó como una risa amarga: porque el derecho nunca fue para todos, solo para aquellos a quienes el poder se lo permitÃa.
La ley, nos dicen, es una red que protege a todos por igual. Pero el pez no se preocupa por el tamaño de los agujeros en la red. Se preocupa por si es lo suficientemente grande como para no ser atrapado. Y los agujeros de la ley, descubrimos una vez más, son las minorÃas.
Este no es un debate sobre armas. Es una discusión sobre la identidad como un crimen. Es la construcción de una nueva categorÃa de persona: la persona que, por el simple hecho de ser quien es, ya no es digna de la protección más básica. La lógica, si es que se le puede llamar asÃ, es tan retorcida que roza lo poético. Se argumenta que la posesión de un arma por parte de una persona trans constituye una amenaza. Pero, ¿una amenaza para quién? ¿Para la sociedad, o para el orden cómodo y preestablecido de quienes detentan el poder? La historia nos enseña que el primer paso para oprimir es siempre desarmar.
Pensemos en el poder. No es un objeto, sino un camaleón que cambia de color para camuflarse. Antes, se usaba la raza o la religión como excusa para despojar a la gente de sus derechos. Ahora, se ha encontrado un nuevo camuflaje, más sutil y más difÃcil de combatir: la identidad. El derecho a poseer un arma, que alguna vez fue un sÃmbolo de la libertad del individuo, se ha transformado en un privilegio condicional, sujeto a la aprobación del Estado.
Y la ironÃa es que la sociedad aplaudirá. Porque se les ha hecho creer que este es un paso hacia la "seguridad". Pero en el fondo, saben que la seguridad no es el objetivo. El objetivo es el control. Se crea la ilusión de que, al despojar a unos pocos, la mayorÃa estará a salvo. Pero una vez que el precedente se sienta, una vez que se demuestra que una identidad puede ser motivo de exclusión, la lista de identidades "peligrosas" se hará cada vez más larga, y la red que nos protege se llenará de agujeros.
La justicia, la dama de los ojos vendados, se ha quitado la venda. Y nos hemos dado cuenta de que sus ojos están puestos solo en el poder. Las personas trans se han convertido en la excusa perfecta para un experimento social: ver qué tan lejos se puede llegar en la erosión de los derechos individuales sin que la gente se dé cuenta de que sus propias libertades se están desmoronando a su alrededor.
La inmunidad del fuego no es para el arma, sino para la idea. Y la idea de la exclusión, una vez liberada, es la más peligrosa de todas.
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