La Epidemia del Abismo
No hay peor enfermedad que aquella que no se puede diagnosticar, y en los Estados Unidos, el sistema de salud no es una red de seguridad, sino una telaraña. Las cifras revelan un hecho escalofriante: el país gasta más en atención médica per cápita que cualquier otra nación industrializada, y sin embargo, sufre de peores resultados, con una esperanza de vida más corta y tasas de mortalidad prevenible más altas.
La verdad no se esconde en los números, sino en el rostro de un sistema roto que ha convertido la salud en una mercancía y el sufrimiento en una oportunidad de negocio. La tragedia no es solo que el sistema sea costoso, sino que es un laberinto burocrático, donde los pacientes se pierden en una maraña de papeleo y códigos incomprensibles. No es solo la factura de una tomografía de $26,000 o de una apendicitis de $60,000, sino el hecho de que 100 millones de personas en los Estados Unidos tienen deudas médicas, y un 9% de la población no tiene seguro médico en absoluto. La salud no es un derecho; es un privilegio que se compra con la vida y la estabilidad financiera.
El sistema de salud de los Estados Unidos es una epidemia en sí misma. La industria farmacéutica y las aseguradoras son los verdaderos doctores de un sistema que cura a unos pocos mientras deja a millones en la ruina. Es un sistema que ha demostrado que no está roto, sino diseñado para servir a un pequeño grupo de intereses financieros.
Al final, la herida invisible no es solo la deuda, sino la desesperanza. Las personas no solo pierden su casa para pagar sus facturas, sino que pierden su fe en un sistema que les prometió una cura pero solo les ofreció una factura impagable.

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