LA GEOGRAFÍA DE LOS FANTASMAS

C U A N D O U N T Í T U L O S E C O N V I E R T E E N L A Ú N I C A P R O P I E D A D 




"La política es la sombra que proyecta la sociedad sobre sí misma."
— John Dewey

En el teatro global de la diplomacia, los aplausos resuenan. Un grupo de naciones ha reconocido oficialmente a Palestina como un Estado. En la superficie, es un acto de justicia histórica, una validación para un pueblo que ha vivido una tragedia durante décadas. Los titulares lo celebran como una victoria, un hito en la larga lucha. Pero en el silencio de la tinta, una pregunta más oscura se cierne sobre la narrativa: ¿Qué es, en realidad, esta "victoria"?

La primera capa es el poder de un título. El reconocimiento como Estado le otorga a Palestina un asiento en la mesa internacional, la legitimidad para participar en organismos como las Naciones Unidas. Legalmente, le da voz. Es una herramienta diplomática. Es un símbolo. Para un pueblo que ha sido despojado de su hogar, un título es una posesión inmaterial, pero significativa. Es el derecho a existir en la misma conversación que sus adversarios. Pero, ¿puede un título detener una bala?

En el ajedrez global, la reina puede moverse como quiera, pero solo los peones son los que mueren.

La segunda capa es la realidad en el campo de batalla. Mientras los diplomáticos se dan la mano, las tropas israelíes no se detendrán. Su objetivo, tal como lo han declarado, es la aniquilación de la amenaza y la liberación de los rehenes. La geopolítica se ha convertido en un juego de ajedrez donde las jugadas simbólicas en la prensa no tienen peso en el tablero real. Para Israel, el título es solo eso: un título, un acto sin fuerza que no altera sus objetivos militares ni su política de seguridad. En las calles, la vida sigue siendo una lucha, y un reconocimiento internacional no detendrá la excavadora.

La tercera capa es la política del reconocimiento. El acto no es puramente altruista. Cada nación que reconoce a Palestina tiene su propia agenda. Algunos buscan distanciarse de la postura de Estados Unidos. Otros, buscan apaciguar a sus propios ciudadanos. El acto de reconocimiento es un movimiento estratégico en un tablero de poder, no un acto de salvación. Es un intento de ganar influencia, de posicionarse como un mediador, un "buen chico" en un conflicto que nadie puede resolver.

La última capa es la geografía de los fantasmas. Palestina, en este momento, es más un concepto que un lugar. Es una geografía de desplazados, de campos de refugiados, de fronteras sin nombre. El reconocimiento le da un nombre a un fantasma. Es una victoria moral, un consuelo simbólico. Es como ponerle un nombre a una tumba. A pesar de los aplausos, el problema real no es la falta de un nombre, sino la falta de un hogar.

Y así, en un mundo de símbolos y poder, la pregunta se mantiene. ¿Es el reconocimiento un paso hacia la paz, o simplemente una forma de la diplomacia de simular que está trabajando? El título es una cosa. El hogar es otra. La vida es la tercera. Y la brecha entre las tres, un abismo tan profundo como el mar.

En la guerra de la realidad, ¿qué es más poderoso: una bandera o un fusil?

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