EL SILENCIO DEL MAL COTIDIANO
POR QUÉ LA INDIFERENCIA ES LA MATRIZ DE TODA ATROCIDAD
— El primer signo de la distopía no es la bota en la cara, sino el parpadeo de la indiferencia en los ojos del vecino.
Esta afirmación no es una observación moral, es un **acta notarial de la historia**. El mal que destruye civilizaciones no llega vestido de capa y espada, sino de traje y burocracia. Arraiga en la vida cotidiana en esa zona de penumbra donde el ciudadano promedio tiene la opción de mirar la verdad a los ojos, pero elige con una comodidad rentable el desvío de la mirada. La tragedia no comienza con el primer disparo, sino con la decisión masiva de no reconocer la injusticia que ocurre en la calle de al lado, o en el otro continente, para no tener que actuar.
La **no-reconocimiento** es un acto de higiene mental y un lucrativo negocio. Mantenemos el sistema de la explotación global, las cadenas de suministro que sacrifican vidas por productos baratos, y la opresión política. No es que no sepamos; es que hemos profesionalizado el arte de la ceguera voluntaria. La vida en la ciudad moderna es una obra maestra de ingeniería psicológica diseñada para que cada uno pueda ser, a la vez, víctima de una pequeña injusticia y arquitecto de una mayor, sin nunca cruzar la línea de la autoinculpación.
"El verdadero horror de la historia no es la maldad activa de unos pocos, sino la obediencia silenciosa de la gran mayoría."
Esta pasividad es la clave de bóveda de la distopía. El mal prospera en la **zona gris de la neutralidad**, ese espacio donde el individuo se declara "apolítico" o "demasiado ocupado" para la ética. Es en este silencio donde el monstruo gana su legitimidad. La maldad se convierte en algo sistémico, una parte aceptada del paisaje. Una vez que la hemos normalizado, ya no necesitamos un tirano para imponerla; la gente la aplica a sí misma y a sus vecinos, simplemente porque es el camino de menor resistencia.
La crónica cierra con la verdad más dura: la historia juzgará menos a los que encendieron la hoguera y más a los que, sentados cómodamente en sus casas, sintieron el olor a humo y decidieron que era mejor cerrar la ventana. El reconocimiento, la conciencia, es la última línea de defensa contra la ceniza que ya está cayendo.
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