El Huracán del Olvido:

 

 Un Retrato de la Amnesia Colectiva Ante la Destrucción

"Cada gota de lluvia que cae sobre una ciudad desprevenida no es solo agua; es la memoria de nuestra propia fragilidad, una verdad brutal que la infraestructura olvidada se niega a retener."

El Huracán Lorena no es un fenómeno meteorológico; es un espejo psicológico. Su llegada a Los Cabos, con lluvias torrenciales y vientos feroces, es la excusa perfecta para que una sociedad entera dirija su mirada hacia el cielo, culpando a la naturaleza por una catástrofe que, en su esencia, es puramente humana. Es el ritual anual del chivo expiatorio, donde el nombre de un huracán se convierte en la palabra clave para desviar la atención de un problema más profundo: el fracaso colectivo de nuestra propia memoria.

El problema no es la cantidad de agua que cayó, sino la incapacidad de la infraestructura para manejarla. Los arroyos secos, que son una parte natural del paisaje, se convierten en furiosos ríos que arrastran consigo casas y vehículos. ¿Y a quién culpamos? A Lorena. La carretera transpeninsular sufre deslaves y se llena de lodo, interrumpiendo el flujo de una arteria vital. ¿Y a quién culpamos? A Lorena. Las viviendas de material endeble son arrastradas por la corriente, las calles se inundan, y los cables eléctricos se desconectan. ¿Y a quién culpamos? A la fuerza del viento.

Es una patología colectiva, un acto de negación que se repite año tras año. Las alertas de las autoridades, que señalan el riesgo de "deslaves, encharcamientos e inundaciones", se convierten en un eco distante, un sonido más de la naturaleza que una advertencia de nuestra propia vulnerabilidad. La ansiedad y la frustración que sentimos no son por el huracán, sino por el reconocimiento subconsciente de nuestra propia inacción. El huracán solo expone la fragilidad que nosotros mismos hemos construido.

La infraestructura hídrica no es un simple conjunto de tubos y canales; es el reflejo de la voluntad de una sociedad para protegerse. Cuando esa infraestructura es deficiente, es el resultado de un largo proceso de olvido y negligencia. El huracán Lorena no es la causa de los daños; es el efecto de una causa más profunda: la incapacidad de una sociedad para prepararse para lo inevitable. Y en ese acto de autoengaño, en ese ritual de culpar al viento y al agua, nos convertimos en los verdaderos arquitectos de nuestra propia destrucción.

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