El Fuego en la Pantalla
La Parábola del Rey y el Karma Digital
«El karma del conflicto se repite en un bucle histórico tan cruel como el destino mismo.»
Un viejo rey, en el ocaso de su reino, se paró en el borde de un abismo que no era de tierra ni de roca, sino de información y desinformación. Al alzar su voz, un eco de un tiempo donde las palabras aún tenían el peso de las piedras, exigió que se detuviera la masacre, un acto que, según la conciencia milenaria de su linaje, era un ultraje a la humanidad. Su llamado fue un grito de guerra moral en un mundo donde la batalla ya no se libra solo en la tierra, sino también en los éteres, y en ese grito, muchos vieron el último acto de una moralidad en extinción.
El eco de su condena viajó a través de los cables que duermen en el fondo de los océanos, cruzó desiertos digitales y se estrelló contra un muro de algoritmos. Estos, criaturas de lógica fría y sin corazón, no conocían la moralidad ni la "conciencia humana", solo conocían una cosa: la emoción. Se alimentan de la indignación, de la ira, del dolor. Cada imagen, cada titular y cada comentario sobre el conflicto no es solo un dato, sino una unidad de combustible para un sistema que se expande, crece y se perfecciona con el sufrimiento humano. El llamado del rey, un acto de libre albedrío, fue absorbido por el monstruo, convertido en un meme, en un titular, en un píxel más en un vasto cementerio digital donde las emociones se comercializan y la tragedia se vuelve viral.
Un estudio revela que los algoritmos de redes sociales amplifican el contenido emocionalmente cargado, incluso el discurso de odio.
El karma del conflicto se repite en un bucle histórico tan cruel como el destino mismo. Las mismas palabras, las mismas promesas, las mismas advertencias resuenan una y otra vez, y la pregunta que se cierne sobre nosotros como la sombra de una nube de hongo es si esta vez, el eco de la condena será lo suficientemente fuerte como para romper el ciclo o si, al igual que todos los demás gritos, será simplemente consumido por la ceniza digital que cubre nuestro entendimiento. Este no es solo un conflicto de naciones, es una guerra por la memoria, donde cada bando lucha por controlar la narrativa, por grabar su versión de la historia en el mármol de la eternidad digital antes de que sea borrada por un nuevo algoritmo.
La verdad fundamental no es que la violencia es incorrecta; eso lo sabemos desde hace mucho tiempo. La verdad es que, para que la violencia se detenga, la conciencia humana debe renacer, purgada de la manipulación algorítmica y la apatía social. El acto aberrante no es solo un evento; es un catalizador, una singularidad palingenética que nos obliga a mirarnos al espejo y a elegir. A elegir si queremos ser los autores de nuestro propio destino o los observadores pasivos de nuestra propia destrucción. El grito de un rey puede ser ignorado, pero la pregunta que deja en el aire no puede ser silenciada:
¿Es este el fin de un ciclo, o simplemente el final de nuestra paciencia con él?
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