EL FANTASMA DE LA VERDAD: LA AUTOPSIA DE UNA NACIÓN
Elmomento ha llegado. Un silencio solemne precede la firma. No es el sonido de la historia siendo escrita, sino el crujido de la mentira que se desmorona. El reconocimiento del Estado de Palestina por el Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal no es un acto de gracia, sino la autopsia de un ideal que se resistía a morir. Es el forense que, con mano firme, levanta el velo de lo que se nos dijo que era una "realidad inmutable". Esta decisión diplomática no es el inicio de la paz, sino la admisión de que el modelo anterior ha fracasado.
El fantasma de la verdad, que se niega a ser enterrado, recorre los pasillos de la diplomacia global.
No es una sorpresa que estos países, aliados tradicionales de Israel, hayan hecho este movimiento. Es un cálculo, una reordenación de piezas en el tablero de ajedrez geopolítico. No es un regalo para Palestina, sino una señal de que la paciencia con las políticas de un gobierno de extrema derecha, que no ha dejado de ampliar sus asentamientos y de intensificar el terror en Gaza, se ha agotado. El reconocimiento es, en esencia, una bofetada diplomática al modelo de un solo Estado.
Los hechos son un testigo mudo de que esta medida no es una solución, sino un paso en el camino. Ya existen 147 países que han reconocido al Estado palestino. Sin embargo, la ausencia de las grandes potencias del G7 en la lista ha sido un obstáculo para avanzar. Ahora, con el Reino Unido y otros aliados importantes a la cabeza, se crea una nueva ola de presión que, en el mejor de los casos, podría obligar a Israel a sentarse en la mesa de negociación. En el peor, podría aislar aún más al régimen de Netanyahu.
El primer ministro israelí ha prometido que nunca habrá un Estado palestino.
Este es un momento de gran ironía histórica, ya que es el mismo Reino Unido, con su Declaración Balfour de 1917, quien ayudó a crear un "hogar nacional" para el pueblo judío en la tierra de Palestina. Ahora, 108 años después, es el mismo Reino Unido quien parece intentar corregir su propia historia.
La verdad no es un objeto, sino un proceso de desvelamiento constante.
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