-->

 

 El Templo de los Silencios

Por El Cronista Mágico




No hay misterio más grande que el de una ciudad que se desvanece. En el vasto y paciente altiplano boliviano, donde las nubes cuelgan tan bajo que parecen ser los fantasmas del lago Titicaca, una cuadrilla de arqueólogos ha desenterrado algo que los ojos del pasado habían ocultado. No es un tesoro de oro ni un ídolo de jade, sino un laberinto de piedra: un templo que podría reescribir la epopeya de los Andes, pues pertenece a la civilización Tiwanaku, la precursora de los incas, la que reinó y se extinguió en el silencio, antes de que el mundo volviera a escuchar su nombre.

Este hallazgo es un espejo. Se encuentra a más de 200 kilómetros de la ciudad principal de Tiwanaku, en un rincón apartado del desierto andino. Su existencia es una paradoja que desafía a la geometría y la lógica del poder antiguo. ¿Cómo una cultura tan sofisticada y extensa, que construyó una red comercial que unía los desiertos costeros con las tierras altas, pudo desvanecerse sin dejar un rastro, sin una sola crónica que explicara la desaparición de sus dioses y sus gentes? Los arqueólogos, con sus drones y satélites, son los nuevos detectives de un pasado que no se dejó atrapar, reconstruyendo un rompecabezas de piedras y vasijas.

En este templo, un complejo rectangular con quince recintos y un patio central, se encontraron fragmentos de vasijas de cerámica conocidas como keru. Y en estos fragmentos, como si fueran los trozos rotos de un sueño, está la respuesta a una pregunta que nadie se atrevió a hacer: el conocimiento de los cielos y de la tierra no era propiedad de un solo centro de poder. La civilización Tiwanaku, con su arquitectura alineada a los equinoccios, no era un simple imperio centralizado, sino una vasta red de fe y comercio, de ritos y creencias que se extendían en la inmensidad del paisaje andino, tan silenciosa y solitaria como una melodía que suena en el desierto.

En el final de esta historia, el templo se alza como un eco melancólico. Una civilización que colapsó alrededor del año 1000 d.C., un milenio de existencia que se disolvió en la niebla sin razón aparente. Los incas, que llegaron después, no encontraron más que un vasto cementerio de ruinas que respetaron como la huella de una civilización más antigua y enigmática que la suya. El templo de Palaspata nos mira, con su arquitectura alineada a las estrellas, y nos pregunta: si una civilización puede desaparecer así, ¿qué es lo que realmente perdura?