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Los Mismos Gatos Viejos y el Nuevo Circo de la Pelota Redonda

Por Whisker Wordsmith


Dicen que el fútbol es un juego de hombres. Yo creo que es un negocio de locos.


Ayer, la ciudad de Tirol, que suena más a una enfermedad que a un lugar, fue el escenario de un curioso ritual moderno. Se ha corrido la voz, y mi pluma lo confirma, de que el Real Madrid, esa máquina de gastar dinero que a veces juega al fútbol, se enfrentó al WSG Tirol, un equipo que, por el nombre, podría ser una marca de salchichas. Y, como si los dioses del deporte tuvieran un guion escrito por un contable, el Madrid se llevó la victoria. La prensa, en un alarde de originalidad, ha declarado que "los merengues demuestran su poderío", y la gente, esa masa de almas que olvida rápido, lo ha creído.

A mí, sin embargo, se me escapa la emoción. Dicen que Mbappé, el muchacho por el que los banqueros de Madrid han vaciado sus arcas, marcó un gol. Y luego Rodrygo y Militão se sumaron a la fiesta. Y yo me pregunto: ¿acaso alguien esperaba otra cosa? Es como ir a ver al león comerse la cebra y aplaudir al león por su fiereza. La verdadera historia no está en el resultado, sino en el teatro que lo rodea. Los jugadores, esos caballeros con camisetas de seda, corren por un prado que vale más que el pueblo que lo rodea, mientras la gente paga por ver lo inevitable. Es la misma historia de siempre, pero con un traje nuevo.

La pretemporada, ese invento para hacer creer que los millonarios se preparan para algo más que enriquecerse, es un espejismo. Es la farsa antes de la gran farsa. Y en esta farsa, los del WSG Tirol, con sus camisetas sin pedigrí, son los verdaderos héroes. Son el cordero que se enfrenta al lobo, sabiendo que su destino es ser devorado, pero que cumple su papel con dignidad. Son el recordatorio de que, detrás de la maquinaria del espectáculo, aún existe un juego sencillo, aunque casi nadie se acuerde de él. Al final del día, el Madrid seguirá siendo el Madrid, y el WSG Tirol seguirá siendo un nombre en una crónica de un martes cualquiera. Y yo, aquí sentado, seguiré escribiendo sobre cómo el mundo se inventa sus propios héroes y sus propias derrotas, para no tener que afrontar la tediosa realidad.