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Las indisposiciones del hogar:

 Un análisis sobre el deplorable aumento de las aflicciones domésticas en Alemania

Por Madam Bigotitos

Las estadísticas nos revelan una verdad menos conveniente: dos de cada tres víctimas de la violencia doméstica son mujeres.



Es un principio universalmente reconocido que un país próspero y civilizado debe poseer, en su interior, un sentido de orden y decoro. Por ello, la noticia de que en la respetable nación de Alemania las aflicciones domésticas han alcanzado un máximo histórico nos obliga a reflexionar, no con alarma, sino con una suave y calculada dosis de sorpresa. Es una lástima, sin duda, que los salones y las salas de estar, esos espacios sagrados donde se cuecen los placeres y se cultivan las buenas costumbres, se vean ahora turbados por una ruidosa e inoportuna discordia. ¿No es acaso el hogar la última frontera de la decencia, el último reducto de la buena fe, donde la civilización, en su forma más pura, debe florecer? Parece que no es así, para nuestra más profunda desilusión.

Los informes, esos documentos secos y llanos que a menudo pasamos por alto, revelan una realidad que nos debería hacer fruncir el ceño. Las cifras, en su frialdad, nos pintan un cuadro poco halagador. Para el año 2023, la policía alemana registró más de 256,000 actos de violencia en el ámbito familiar, una cifra que representa un aumento de casi el 7% con respecto al año anterior. Es como si una epidemia de mal genio se hubiera apoderado de los ciudadanos, afectando a la fibra misma de la sociedad. Uno se pregunta qué ha ocurrido para que un país que presume de su buen juicio y su mesura se haya visto envuelto en tal desorden. Es cierto que el mundo exterior es a menudo ruidoso y desagradable, con sus guerras y sus agitaciones políticas, pero siempre se ha creído que el hogar era un lugar de refugio, un santuario donde las frivolidades del mundo se dejaban en la puerta. Parece, sin embargo, que el mundo exterior ha encontrado una manera de colarse, a través de las ventanas y las puertas, para sembrar su discordia en el interior.

La ironía de la situación es que, en un país tan moderno, la situación de las mujeres sigue siendo tan precaria. Las estadísticas nos revelan una verdad menos conveniente: dos de cada tres víctimas de la violencia doméstica son mujeres, lo que demuestra que, a pesar de nuestros avances, la desigualdad de género sigue siendo una sombra persistente. Las cifras de feminicidios también son un motivo de profunda aflicción. En 2023, se registró casi un feminicidio al día en Alemania, lo que significa que casi a diario, una mujer fue asesinada por su condición de ser mujer. Estos números no son solo estadísticas; son las vidas de personas, los sueños que se apagaron, las familias que se rompieron. Es una pena que, en un país tan moderno, la situación de la mujer siga siendo tan vulnerable, tan dependiente de la benevolencia del esposo, tan susceptible a las indisposiciones de su temperamento.

Y como si fuera poco, la infraestructura para proteger a las víctimas parece ser tan deficiente como las buenas maneras de los agresores. Se estima que se necesitarían unas 14,000 plazas adicionales en los centros de acogida para mujeres para poder ofrecer protección a todas las afectadas. Es una falta de previsión que nos deja sin aliento. Es como invitar a un banquete, pero no proveer suficientes sillas para los invitados.

Es nuestra responsabilidad, como sociedad, detener esta terrible tendencia. No se trata de una cuestión de leyes o de castigos, sino de una cuestión de educación, de buen gusto, de recuperar el arte de vivir en armonía. Debemos recordarnos a nosotros mismos que el hogar es el lugar donde el carácter se forma, donde los hijos aprenden lo que es el amor y el respeto. Si el hogar se convierte en un lugar de terror, ¿qué esperanza tenemos para el futuro de nuestra civilización? La Matriarca, con su pluma en la mano, no puede sino esperar que esta lamentable situación sea un breve interludio, una mala comedia que pronto dará paso a un drama de la reconciliación.