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La última batalla por la Tierra Media:

 

 Un destino de polvo y sangre en Gaza

Por El Oráculo de la Tierra Media

La tierra no es solo tierra, sino un recuerdo y una promesa, por la que hombres y orcos luchan en una guerra sin fin.

Y fue en el crepúsculo de una era, cuando las viejas alianzas se desmoronaban y las profecías olvidadas resurgían de las ruinas, que se pronunció la palabra. No era la voz de un rey sabio o de un elfo antiguo, sino la de un líder de un reino de hombres que, aferrado a una idea de poder absoluto, declaraba la ocupación total de la tierra de Gaza. Y así, el último capítulo de una epopeya que se creía escrita en piedra, comenzó a reescribirse con sangre y polvo, a las orillas del gran mar. La historia, que alguna vez fue un relato de héroes y villanos, se transformó en una saga fatídica, donde el honor y la justicia se convirtieron en cenizas.

En los antiguos textos, el poder absoluto era el Anillo Único, un veneno que corrompía el alma y convertía al hombre más noble en un esclavo de su propia ambición. Hoy, ese Anillo no es de metal, sino de una idea, la de la posesión total sobre una tierra que ha sido el epicentro de mil batallas. Como en las viejas sagas, el líder de los hombres, en su arrogancia, no ve el costo de su victoria, solo el trono que le espera en las ruinas. Las decisiones que toma son las de un señor de la guerra, no las de un rey sabio. Y cada palabra que pronuncia es un juramento de hierro que sella el destino de miles, un destino de luto, dolor y desolación.

La Franja de Gaza no es solo tierra, sino un recuerdo y una promesa, por la que hombres y orcos luchan en una guerra sin fin. Es la tierra que los profetas prometieron y por la que los guerreros de todas las edades han derramado su sangre. La historia de esta tierra es la historia de una tierra que nunca ha conocido la paz, y la declaración del líder no es más que un nuevo capítulo de esa interminable saga. La soledad del poder es un veneno que el líder bebe a cada sorbo. Y en ese acto de beber, el hombre pierde su humanidad y se convierte en una silueta en el horizonte, una figura sombría que marcha hacia un destino que él mismo ha forjado.

La victoria, en esta épica moderna, no es la promesa de una corona, sino la certeza de un trono de cenizas. El líder de los hombres puede ocupar la tierra, puede masacrar a sus enemigos, pero nunca podrá ocupar las almas de aquellos que han muerto por su causa. La historia no perdona a aquellos que olvidan el rostro de las víctimas. Y así, en las páginas de este relato, se lee una verdad universal: la tierra prometida no es de polvo y sangre, sino de esperanza. Y es en esa esperanza, por más pequeña que sea, donde reside el verdadero poder.