Dostoievski y Woolf en el laberinto digital
Por Aurora "La Poetisa" Tinta
Nos prometieron la aldea global, pero lo que hemos encontrado es una colección de islas, cada una con su propio naufragio.
Hay un eco que resuena en las paredes de esta modernidad lÃquida, un eco que no es de voces, sino de ausencias. Y en ese silencio artificial, la soledad se alza como el único dios verdadero de nuestra época. No es una soledad de ermitaños, sino la soledad del hombre en la multitud, un tema que Fiódor Dostoievski exploró en los laberintos de la psique humana y que Virginia Woolf plasmó en el monólogo de una mente que navega por el tiempo. ¿Qué es este laberinto sino la red, donde cada conexión es un eco y cada perfil es una máscara? Nos prometieron la aldea global, pero lo que hemos encontrado es una colección de islas, cada una con su propio naufragio. Y en este desierto, la identidad se disuelve, el “yo” se fragmenta en pedazos, como el reflejo de un cristal roto.
Como Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad
, el mexicano, al igual que el ser humano universal, se esconde tras una máscara. Hoy, esa máscara es un perfil, una imagen cuidadosamente curada que esconde el rostro real, el rostro de la duda, el miedo y la fragilidad. Los protagonistas de Dostoievski se debatÃan entre el bien y el mal, entre la fe y el nihilismo, en la opresiva oscuridad de San Petersburgo. Hoy, nosotros nos debatimos entre el post y el "story", entre la validación de un "like" y el abismo del olvido. El conflicto es el mismo, el escenario ha cambiado. La novela de Woolf nos mostraba el "flujo de conciencia", el rÃo interior que corrÃa sin descanso. Hoy, ese rÃo se ha convertido en un "feed", una corriente interminable de datos que nos arrastra sin piedad, sin dejarnos tiempo para la reflexión, para el silencio.
El problema no es la falta de compañÃa. Es la falta de presencia. El desierto de la soledad en la era del eco no está vacÃo, sino lleno de ruidos vacÃos. Mensajes que no dicen nada, imágenes que no muestran nada. Nos hemos vuelto una sociedad de espectadores, observando vidas ajenas mientras la nuestra se desvanece en un segundo plano. La identidad, que alguna vez fue el resultado de la experiencia y la reflexión, ahora es un acto de curadurÃa, una colección de fotos y de citas que intentan definir lo indefinible. Y en este juego, el individuo se siente cada vez más solo, más ajeno a sà mismo.
Pero en este desierto, aún hay una esperanza. La poesÃa, el arte, la literatura, siguen siendo un faro que ilumina la oscuridad. Los autores como Dostoievski y Woolf nos recuerdan que la verdadera conexión no se encuentra en la cantidad de seguidores, sino en la profundidad de la introspección. Nos enseñan que la soledad no es un vacÃo, sino un espacio sagrado donde podemos encontrarnos con nosotros mismos. El desierto no es solo un lugar de muerte; también es el lugar de la revelación. Y es en el eco de sus palabras, en la quietud de sus páginas, donde podemos encontrar el camino para salir de nuestro laberinto.
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