" Chicago y las Venas Abiertas del Poder"
Por El Proletario Felino
"La historia no es una línea recta, es una herida que sangra por el tiempo."
En las calles de Chicago, la Ciudad de los Vientos, no sopla una brisa de cambio, sino el aliento helado de la historia. El presidente, con una frase tan simple como peligrosa, ha decidido que los soldados deben marchar sobre las avenidas donde los niños juegan y la gente trabaja. Con el despliegue de la Guardia Nacional, la narrativa es clara: “ley y orden”. Pero para quienes han vivido en las márgenes, esa frase no es una promesa, es una sentencia. Es la misma melodía que ha sonado una y otra vez en las sinfonías del poder, una canción de cuna para los privilegiados, un réquiem para los oprimidos.
Las venas abiertas de Chicago no son heridas de bala recientes, sino cicatrices profundas de una lucha que se ha librado por generaciones. La desigualdad es el aire que se respira en los barrios del sur y el oeste, donde la falta de inversión, la educación deficiente y la violencia sistémica han creado un ciclo de desesperación. Y ahora, el gobierno, en lugar de curar la herida, decide cauterizarla con botas, fusiles y el uniforme que borra la línea entre el soldado y el policía. El mensaje es brutal en su simplicidad: el problema no es la miseria, sino la miseria visible. No es la injusticia, sino la reacción a ella.
El "orden" que buscan imponer no es una paz social, es una obediencia forzada. Es la imposición de una visión unilateral donde el poder, que ha ignorado sistemáticamente las súplicas de justicia, ahora exige calma bajo amenaza. Esta acción no es un remedio; es una distracción. Un espectáculo para los que, desde la comodidad de sus hogares, demandan una mano dura sin entender que la violencia que denuncian es un síntoma del abandono que ignoran. Como escribiría Galeano, "la historia de la miseria de los pobres es la historia de la riqueza de los ricos". El despliegue de tropas es solo el último capítulo de esa crónica.
Para las comunidades de color, la historia de Coates resuena con una verdad escalofriante. La policía, y ahora el ejército, no son protectores, son ocupantes. La Guardia Nacional, con su presencia, valida la idea de que estas comunidades son una amenaza interna, un enemigo a ser subyugado. La seguridad se convierte en vigilancia, la protección en opresión. La desconfianza no es un capricho; es una herencia, un derecho ganado a pulso por cada vez que una rodilla se ha posado sobre un cuello y el sistema ha justificado el acto.
Este despliegue es el último eslabón de una cadena que se extiende hasta las plantaciones, las fábricas de explotación y las cárceles privadas. Es la militarización de la vida civil en su forma más pura. No es una respuesta a un problema de seguridad, es una manifestación de poder. Un recordatorio de que, si las comunidades marginadas alzan la voz, la respuesta del Estado será la fuerza.
El verdadero "enemigo" no está en las calles de Chicago, sino en las estructuras de poder que han permitido que esas calles se vuelvan inseguras. La solución no está en más fusiles, sino en más justicia. No en más vigilancia, sino en más oportunidades. El "orden" que necesitamos no se impone, se construye. Se construye con equidad, con respeto y con el reconocimiento de que la dignidad humana no es negociable. Y hasta que ese día llegue, la Guardia Nacional será solo una sombra más en una ciudad que ha sido asfixiada por ellas durante demasiado tiempo.
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