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La Fricción de las Aguas del Caribe

Por Profesor Bigotes

"Detrás del conflicto por las drogas se esconde una lucha por el poder geopolítico en América Latina."


El hedor a pólvora y diplomacia estancada se cierne sobre el Caribe. La reciente movilización de buques de guerra estadounidenses en las aguas cercanas a la costa venezolana, bajo el pretexto de una operación antidrogas, ha llevado las relaciones entre Washington y Caracas a un punto de no retorno. La Casa Blanca ha sido tajante: Nicolás Maduro no es un presidente, sino el líder de un cartel narcoterrorista, y están dispuestos a usar "todo su poder" para frenar el flujo de drogas. Es la ley de la jungla geopolítica, brutal y directa, donde la supervivencia se mide por el calibre de las palabras y la envergadura de las flotas.

La justificación de la administración Trump es un disparo directo al núcleo de la narrativa chavista. Al calificar al gobierno de Maduro como un "narcoestado", Estados Unidos no solo justifica su despliegue militar sino que también legitima una potencial intervención a ojos de la opinión pública. La DEA y otras agencias de inteligencia han intensificado sus acusaciones, señalando una presunta alianza entre el llamado "Cartel de los Soles" y grupos armados colombianos como el ELN y las FARC para el tráfico de cocaína. No hay medias tintas. Es una lucha a muerte por el control de una de las rutas de narcotráfico más lucrativas del hemisferio.

La respuesta de Maduro fue la de un animal acorralado. Convocó a la movilización de más de cuatro millones de milicianos, armados con fusiles y misiles, y advirtió que su patria no cederá ante lo que califica de una "amenaza extravagante de un imperio decadente". La reacción es predecible: un intento de cerrar filas, de convocar a la épica de la resistencia y de encender el fervor nacionalista para desviar la atención de la crisis interna. En la lógica de Jack London, es la última defensa de un régimen que ha visto sus recursos menguados y su posición cada vez más precaria. La supervivencia, a cualquier costo.

Sin embargo, el despliegue militar va más allá del simple combate contra el narco. Este es un juego de ajedrez donde el tablero es el continente americano. La presencia de destructores y submarinos en el Caribe no solo busca presionar a Maduro, sino también enviar una señal clara a otros actores regionales e internacionales que han buscado una mayor influencia, como China y Rusia. Es un recordatorio de que, a pesar de los desafíos internos, Estados Unidos sigue siendo el poder dominante en su patio trasero. La guerra contra las drogas, en este contexto, es un pretexto para un cerco geopolítico.

La situación es volátil. El amago de intervención, ya sea real o puramente estratégico, ha elevado las tensiones a niveles no vistos en décadas. Por un lado, una potencia militar dispuesta a usar su fuerza para imponer su voluntad. Por el otro, un gobierno que se aferra al poder, dispuesto a armar a su población para resistir lo que considera una injerencia extranjera. El futuro de Venezuela y la estabilidad de la región penden de un hilo. Solo queda esperar si el estruendo de los fusiles se quedará en una simple advertencia o si el mar Caribe será el escenario de un conflicto abierto. La partida ha comenzado y las fichas están en movimiento.