La Farsa del Samurái del Arroz
Por El Artista del Maullido
"Este es el único juego en el que te das cuenta de que lo más épico que puedes hacer es encontrar una gallina y construirle una jaula."
El nuevo "Sengoku Dynasty" llega a nuestras consolas, prometiendo la épica vida de un samurái en el Japón feudal. ¿Qué nos encontramos, sin embargo? Un paisaje bellísimo, una armadura reluciente, y la grandilocuente promesa de la guerra. La cruda realidad, amigos míos, es un ejercicio de tedio existencial. Aquí, el verdadero enemigo no es un señor de la guerra rival, sino la escasez de madera para construir una choza, el inexorable medidor de sed y la eterna búsqueda de un puto conejo para alimentarte. Este es el Japón de la rutina, el Japón de la supervivencia al estilo más crudo y absurdo, digno de una de las peores resacas de mi vida.
La experiencia de juego se siente como una guerra, pero no contra un ejército enemigo, sino contra el inventario y la escasez de madera. La inmensidad de un mapa desolador te espera, no para que forjes tu leyenda, sino para que pases horas picando piedra y talando árboles. La grandilocuencia del título, "Sengoku Dynasty", se desvanece con cada golpe de hacha, reemplazada por la cruda realidad de que eres un agricultor con una crisis de identidad. Un samurái que aprende a cultivar arroz, un guerrero que se dedica a recoger bayas. Es una burla sublime, un chiste cruel que solo los dioses del videojuego podrían haber concebido.
El juego te dice que eres un guerrero, pero te trata como un campesino con una crisis existencial. La promesa de un gran samurái se desvanece cuando la mayor victoria es haber plantado suficientes vegetales para sobrevivir el invierno. En lugar de espadas, empuñas una pala; en lugar de armaduras, usas ropa de lino. La sátira está en el núcleo del juego: nos venden la fantasía del guerrero legendario, pero nos entregan la realidad de la trivialidad cotidiana. La épica se reduce a la gestión de recursos, el honor a la necesidad de encontrar agua y la gloria a una buena cosecha.
La industria del videojuego siempre ha sido un mercado de espejismos. Nos prometen mundos vastos, pero nos entregan granjas virtuales. Nos venden el heroísmo, pero nos dan la monotonía. Y "Sengoku Dynasty" es un ejemplo brillante de esta farsa. Es una oda a la ironía, un monumento al desencanto. En un mundo donde los juegos de rol se vuelven cada vez más complejos y grandiosos, este nos recuerda, con una patada en el culo, que la vida, incluso la virtual, es una lucha constante por la supervivencia. Y en el Japón feudal de este juego, el verdadero enemigo no es el Shogun, sino la necesidad de ir al baño virtual y la gestión de recursos.
Así que, si quieres sentirte como un samurái de verdad, vete a un dojo, no juegues "Sengoku Dynasty". A menos que tu idea de la gloria sea convertirte en un granjero obsesionado con el inventario, en cuyo caso, este es tu juego. Y en eso, al menos, el juego cumple su promesa. Aunque no la que creías que era.
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