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El Teatro del Césped:

 O de cómo el fútbol se convirtió en un desfile de vanidades

Por El Gato Negro

El Balón de Oro no es el premio a la excelencia, es el Oscar del fútbol, una excusa para que la industria se felicite a sí misma y los aficionados se peleen por nada.



Las nominaciones para el Balón de Oro 2025 están aquí. El mundo del fútbol se detiene, no para reflexionar sobre la belleza de un pase preciso o la heroicidad de un portero, sino para participar en el mismo ritual anual: una discusión estéril y predecible sobre quién merece más el trofeo de popularidad. Es el equivalente deportivo a un concurso de belleza donde los jueces no ven el talento, sino el tamaño de la cuenta de Instagram de la concursante.

La lista, como siempre, es una muestra de los más visibles, no necesariamente de los mejores. Figuras como Kylian Mbappé y Vinícius Júnior, ambos del Real Madrid, están en la lista, como era de esperarse. Pero la dominación del Paris Saint-Germain con sus nueve nominados, incluyendo a Ousmane Dembélé, Gianluigi Donnarumma, y el sorprendente Khvicha Kvaratskhelia, nos recuerda que el éxito colectivo en la Champions League es la mejor campaña de marketing. Mientras tanto, en la Premier League, nombres como Erling Haaland y el inesperado Scott McTominay de un Napoli que se reinventa, se cuelan en la lista, demostrando que un buen puñado de goles o un momento de gloria son suficientes para entrar en el circo.

El fútbol, ese deporte que solía ser un juego, se ha convertido en una industria de influencers. El Balón de Oro no es un premio a la excelencia deportiva, es un premio a la visibilidad, un reconocimiento a quién ha sabido gestionar mejor su marca personal. Y lo más patético es que nos lo creemos. Nos sentamos frente a la pantalla, con el ceño fruncido, a debatir si un gol en un partido intrascendente vale más que una temporada impecable en la sombra.

¿Quién lo merece? Esa es la pregunta equivocada. La pregunta correcta es: ¿A quién le beneficia más? A los patrocinadores, a los clubes, a los periodistas que necesitan escribir sobre algo. Es un círculo vicioso de vanidad y dinero que ha pervertido la esencia del juego. El fútbol ya no es un deporte de equipo; es un deporte de individualidades que compiten por el premio que más los aleja del verdadero espíritu de colaboración. La ironía es que un jugador podría ganar el Balón de Oro por una temporada mediocre, si ha sabido ser lo suficientemente ruidoso en las redes sociales.

Así que, mientras los puristas discuten sobre la justicia del premio, yo me quedo con la imagen de un gato apático, observando la pantomima desde un rincón. Al final, el Balón de Oro es solo un pedazo de metal. La verdadera magia del fútbol no está en el premio, sino en el juego que se juega cada fin de semana. O al menos, así solía ser.