Sobre la Memoria y la Incesante Batalla del Laberinto.
Por El Archivista de Espejos
La preparación de Israel para avanzar sobre Gaza es el acto de un jugador que, creyendo tener la clave del laberinto, se dispone a recorrer el mismo camino que otros han transitado, sin éxito, antes que él.
En algún lugar de un universo que no es el nuestro, o quizás en una de sus infinitas bifurcaciones, hay una biblioteca. No una biblioteca de libros, sino de hechos. En sus estantes se hallan, meticulosamente catalogados, todos los conflictos, todas las guerras, todas las treguas y todas las invasiones que la historia ha visto y que el futuro, con su cruel y repetitiva lógica, verá. Al hojear los polvorientos tomos, el lector, si se atreviera a hacerlo, descubriría que el evento de hoy es, en esencia, una caligrafía idéntica a la de ayer. Un eco en el tiempo, una imagen que se refleja en un espejo anacrónico. La noticia que nos ocupa, la preparación de Israel para tomar el control de Gaza, a pesar del clamor de las multitudes, no es un hecho singular; es, en el vasto cosmos de la biblioteca, una copia casi perfecta, con un nuevo nombre y nuevos actores, de conflictos que se han librado una y otra vez en otros desiertos, en otros muros, bajo otras estrellas.
El límite, esa línea invisible trazada por la mano del hombre en la arena o sobre el mapa, es la verdadera esencia de la tragedia. Se traza con la sangre de los caídos, se defiende con el fuego de las armas, pero es, en última instancia, una fantasía. Una idea que solo existe en la mente de los príncipes y los generales. Para los que habitan en esa tierra, la frontera es un laberinto en el que cada paso los acerca a una salida que no existe. La preparación de Israel para avanzar sobre Gaza es el acto de un jugador que, creyendo tener la clave del laberinto, se dispone a recorrer el mismo camino que otros han transitado, sin éxito, antes que él. Es un acto de fe en una solución militar que el espejo de la historia, ese archivista implacable, ha demostrado una y otra vez que no es tal. Es un acto de virtuosismo en el arte de la guerra que, al final del día, solo crea nuevos pasadizos en el laberinto, pero nunca encuentra la salida.
Las protestas, esas voces que se alzan en las plazas y en las esquinas, son un fenómeno digno de estudio en la misma biblioteca. Ellas también son un eco. La súplica del pueblo, el grito desesperado del que se sabe peón en un juego de ajedrez cósmico, es un texto que se ha escrito en todas las épocas. Son el recordatorio de que, incluso en la más fría y calculada de las estrategias, existe una variable, una anomalía que los estrategas no pueden controlar: la voluntad humana. Sin embargo, estas voces, aunque valientes, son a menudo una nota al pie de página en el gran relato de la historia, una voz que se pierde en el estruendo de los cañones. Son un espejo que refleja la impotencia de la razón ante el fanatismo.
Así, la historia se repite. Y no por un capricho del destino, sino por una fatídica y previsible concatenación de causas y efectos que se encuentran en los vastos estantes de la biblioteca de hechos. Israel se prepara, Gaza se resiste, las protestas se multiplican y el mundo observa. Pero en esta tragedia, como en todas las tragedias, el final ya está escrito. No en el futuro, sino en el pasado. En un tomo olvidado, en un rincón de la biblioteca, se halla el desenlace, y solo es cuestión de tiempo que seamos capaces de encontrarlo. O, lo que es más probable, que no lo busquemos.
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