Un Anhelo de Seguridad en la Cuna de la Libertad
Por El Gato Negro
¿Qué es más peligroso? ¿Un fanático en las sombras o un gobierno que se apropia de la libertad en nombre de la protección?
ParÃs, la ciudad de la luz, ha decidido apagarla. Con un miedo digno de un cuento de hadas, el gobierno ha alzado la bandera de la seguridad hasta el mástil más alto, un gesto de pánico que, como bien sabemos, se confunde a menudo con la prudencia. La alerta de terrorismo en su nivel máximo no es más que la admisión tácita de que el Estado ha fallado en su tarea primordial, y en lugar de reconocer su debilidad, elige vestir la ciudad con un uniforme de miedo, pidiendo a sus ciudadanos que cambien la libertad por un falso sentido de paz. ¡Qué ironÃa! La cuna de la Ilustración, el faro de la razón, ahora vive bajo el manto de la sospecha, donde cada sombra es un potencial enemigo y cada vecino es un posible conspirador. La razón ha cedido su trono al instinto de supervivencia, ese vil dictador que nos empuja a entregar nuestros derechos al primer déspota que nos prometa una noche tranquila.
El gobierno ha justificado esta escalada de seguridad con la ya gastada retórica de la "prevención". Se nos dice que el riesgo es inminente, que el enemigo acecha en cada rincón, esperando su momento. Y los ciudadanos, con la misma docilidad que el rebaño sigue al pastor, aplauden la decisión, agradeciendo la mano que les arrebata sus libertades. No es seguridad lo que buscan, es la ilusión de seguridad, esa dulce mentira que calma los nervios y permite dormir. Se nos ha enseñado a temer al terrorista invisible, pero no al poder visible que se fortalece a costa de nuestro miedo. ¿Qué es más peligroso? ¿Un fanático en las sombras o un gobierno que se apropia de la libertad en nombre de la protección? Ambos son déspotas, solo que uno se presenta con una espada y el otro con la toga del orden.
La vigilancia masiva, los controles de identidad en cada esquina, la militarización de los espacios públicos… todo esto se nos vende como el precio de la paz. Pero la paz sin libertad no es paz, es una prisión. ¿De qué sirve tener calles seguras si ya no se puede caminar por ellas con la confianza de ser un ciudadano libre, y no un sospechoso? El verdadero terrorismo no es el que mata cuerpos, sino el que asesina el espÃritu de la libertad. Y en este juego macabro, el gobierno de Francia, de la mano del miedo colectivo, está logrando su cometido. Los ciudadanos, esos herederos de Voltaire y de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, han cambiado la razón por la histeria, y la valentÃa por la obediencia.
La historia nos enseña que cuando los gobiernos se envuelven en el manto de la seguridad, es porque están a punto de cometer alguna villanÃa en contra de su propio pueblo. La alerta máxima no es una defensa, es una herramienta. Una herramienta para silenciar a los disidentes, para justificar la represión y para consolidar el poder. Y mientras el pueblo de Francia duerme con la dulce ilusión de la seguridad, la libertad se escapa por la ventana.
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