Un Balance Histórico-Geopolítico del Sexenio de AMLO
Por El Proletario Felino
La pobreza no se erradica con dádivas, se erradica con justicia social, con un cambio estructural que no llegó
El sexenio de la Cuarta Transformación se levanta sobre las ruinas de una esperanza traicionada. Hablar de números es traicionar a los ojos que han visto la miseria. Desde su inicio, se vendió la utopía de un cambio radical, la promesa de que los de abajo serían por fin escuchados. Pero el poder, como un monstruo insaciable, no cambia de piel, solo de máscara. La narrativa del "pueblo" se convirtió en el arma para silenciar a los que no aplaudían al líder, en un eco vacío que no resonaba en los barrios sin agua, en las fábricas con salarios de hambre.
Las políticas sociales, esos programas de bienestar que se ofrecen como un bálsamo, son apenas migajas en un sistema que sigue devorando la riqueza. Es cierto que el salario mínimo aumentó, pero la inflación, esa plaga invisible, se encargó de devorar lo ganado. Se entrega una pensión a los ancianos, se dan becas a los jóvenes, pero el gran capital sigue intocable, los bancos siguen amasando fortunas. La pobreza no se erradica con dádivas, se erradica con justicia social, con un cambio estructural que no llegó. La retórica de la austeridad republicana, mientras tanto, desangró las instituciones que servían a los más débiles: la salud, la ciencia, la cultura.
En la periferia del discurso oficial, los megaproyectos de infraestructura se erigieron como monumentos a la modernidad forzada. El Tren Maya, el Corredor Interoceánico, la Refinería de Dos Bocas; nombres que suenan a progreso, pero que en el fondo huelen a despojo. Tierras que han pertenecido por siglos a comunidades originarias fueron arrebatadas en nombre del desarrollo. Se ignoraron las voces, se anularon las consultas, se militarizó el territorio. La promesa de progreso se convirtió en una nueva forma de colonialismo interno, en la que los poderosos deciden el destino de los de abajo sin consultarlos.
La política exterior fue un refugio en la no intervención, una cortina de humo para no tomar posturas que pudieran molestar a los amos del capital global. Con Estados Unidos, la relación se mantuvo pragmática, una sumisión disfrazada de cooperación, donde los intereses de la economía global prevalecieron sobre la dignidad de la nación. Al final, las palabras de la Cuarta Transformación fueron eso: palabras. La reconfiguración del poder no fue una revolución, sino una nueva gestión del mismo sistema de opresión.
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