El Efecto CDMX:

 

 La Paradoja de un Paraíso para la Generación Z

Por: El Proletario Felino


La CDMX es un paraíso para la Generación Z, pero ese paraíso está construido sobre el olvido de los que la hicieron una ciudad.


El titular grita que la Ciudad de México es el epicentro de la Generación Z en 2025. Los artículos de revistas de viaje, los influencers de TikTok y las startups de Silicon Valley la celebran como un lienzo de oportunidades, un crisol de cultura y tecnología donde lo antiguo se fusiona con lo digital. Pero detrás de esta fachada de modernidad y vitalidad, se esconde una historia que no se cuenta en los hashtags. Es la historia de los que fueron. De la ciudad que era. De los que se quedan sin casa porque un café de especialidad abre en la esquina. La Ciudad de México no se puso de moda; la pusieron de moda, y ese es un proceso de borrado, de un lento pero constante desplazamiento que no tiene nada de poético.

La gentrificación, esa palabra que suena a urbanismo y que huele a cinismo, es la fuerza invisible que alimenta este nuevo paraíso. Los jóvenes de la Generación Z, con sus laptops en los cafés de la Roma y sus bicicletas en la Condesa, no ven que el rentismo los ha convertido en colonos en su propia ciudad. Los vecinos de toda la vida, los que crecieron en las vecindades con olor a mole y a cempasúchil, son ahora fantasmas. Sus negocios de toda la vida se convierten en tiendas de ropa de segunda mano a precios inalcanzables. Su parque, donde sus hijos jugaban, ahora está lleno de gente con un idioma que no entienden. La identidad de los barrios se desvanece como el sol en un atardecer contaminado, y lo que queda es un cascarón vacío, una ciudad de utilería para el consumo de una generación que busca la autenticidad en un lugar que la está perdiendo.

Esta no es una historia de progreso, sino de injusticia social. Es un proceso de despojo, de la misma manera en que las viejas fábricas se volvieron lofts. Ahora son los barrios y las comunidades los que se vuelven mercancía. Las políticas de gobierno, que deberían proteger a los más vulnerables, se convierten en cómplices de este genocidio cultural. El reconocimiento de la CDMX como la ciudad del momento para la Generación Z no es una victoria para todos, es un epitafio para muchos. Es un recordatorio de que, en la vorágine de la modernidad, la vida de los oprimidos es sacrificada en el altar del progreso. Es una denuncia de que el verdadero costo de la "nueva" CDMX no se mide en memes ni en likes, sino en las lágrimas y en el desarraigo de los que ya no tienen dónde vivir.

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