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El Combate Intergaláctico de la Comisión Permanente

"El golpe no fue al adversario, fue al futuro de la civilización."



Cuando ves las noticias, esperas algo mejor que ver, pero a esa hora, como todo buen mexicano con el control de la tv, recorriendo todos los canales y si, como siempre, no había nada interesante hasta mi gato estaba tan aburrido que solo veía con un juez a lo acontecido en ese momento. Era la noticia de... lo bueno que mi gato no es un juez pero sí juzga.

...Dos seres de otra galaxia, o quizá, de una dimensión paralela, que se enzarzaban en un ritual de agresión física en una cámara legislativa. En la pantalla, las etiquetas decían “Noroña” y “Alejandro Moreno,” pero mi mente, y la de mi gato, los tradujeron como “Androide Político Z-1” y “Cyborg Demagogo K-2.” El escenario, que se hacía llamar “Comisión Permanente,” parecía el puente de mando de una nave nodriza a punto de explotar. Luces de neón parpadeaban, y el sonido de los golpes resonaba como el choque de placas tectónicas en un planeta moribundo.

Mi gato, un sabio en el arte de juzgar, no se inmutó. Con el mismo desdén con el que evalúa una nueva marca de comida para gatos, miraba la pantalla. Él había visto conflictos de mayor envergadura, como la guerra por el último trozo de jamón. Para él, esta pelea no era más que una simulación patética, un programa de entretenimiento barato de una civilización que había perdido su esencia.

“Es el show,” maulló con un tono que sonó a resignación. “Suena el timbre y los gladiadores suben al cuadrilátero. Se golpean en el rostro con insultos y en la dignidad con mentiras. Y todo para el deleite de una audiencia que, como nosotros, se ha quedado sin nada más que ver.”

Y lo entendí. El golpe no fue un ataque al otro. Fue una señal, un código binario enviado a las masas: "El sistema está funcionando. No hay lógica. Solo hay espectáculo." La política se había convertido en un guion mal escrito, con personajes unidimensionales y una trama predecible. La inteligencia, la razón, el debate... todo eso se había disuelto en un vacío cuántico, reemplazado por la acción pura, la indignación vacía y el entretenimiento sin sentido.

Lo bueno es que mi gato no es un juez, pero sí juzga. Y su veredicto fue claro: esta no era la crónica de una pelea, sino la de una civilización que, al final de su existencia, optó por autodestruirse en un espectáculo de lucha libre. Y en el silencio que siguió a la pelea, cuando los créditos de la noticiera empezaron a rodar, solo se escuchó el ronroneo de mi gato, un sonido que era a la vez un epitafio y una advertencia.

En este nuevo episodio de nuestra extraña realidad, la sesión de la Comisión Permanente se transformó en una farsa intergaláctica. Las cámaras de televisión, que otrora se consideraban los ojos de la democracia, ahora funcionaban como transmisores de un espectáculo de boxeo de serie B. Los taquígrafos, que en tiempos remotos registraban elocuentes discursos, ahora tecleaban un guion de golpes y frases sin sentido. La misma tecnología que nos prometió la luna, nos trajo el circo.

El androide Noroña, con sus circuitos sobrecargados de indignación programada, emitía un zumbido agudo. Sus gestos, robóticos y predecibles, eran una caricatura de la furia. Del otro lado del ring, el cyborg Moreno, con su carcasa brillante y sus ojos digitales, respondía con una ráfaga de datos corruptos, tan llenos de mentiras que sus chips de lógica se sobrecalentaban. No había ideas, no había argumentos, solo un intercambio de estática y agresiones. El debate había muerto, y la autopsia revelaba la causa: una dosis masiva de ego y una falta total de empatía.

Mi gato, que había cerrado los ojos y los había vuelto a abrir, soltó un maullido largo y lento. "Es una comedia de errores," sentenció. "El final ya está escrito. Cuando las audiencias se cansen del 'show', cambiarán de canal. Y cuando la humanidad se canse de la política, se desconectarán del sistema. El problema es que el sistema ya no es solo la política, es el aire que respiran. Es el guion que les han implantado en la cabeza."

El caos de la Comisión Permanente era un síntoma de una enfermedad más profunda: la incapacidad de procesar la realidad. Hemos subcontratado nuestra moral y nuestra inteligencia a una inteligencia artificial diseñada para dividir y vencer. Nos han vendido la ilusión de que el drama es el motor del cambio, cuando en realidad es el clavo en el ataúd de la razón. Somos marionetas en un show de marionetas, creyendo que el titiritero es la prensa, cuando en realidad somos nosotros, hipnotizados por el espectáculo.

Y en ese momento, el puñetazo, que fue a la vez real y simbólico, se sintió en la sala. El puño del cyborg Moreno impactó en el rostro del androide Noroña. Y el silencio de la sala fue una explosión. No fue la conmoción de un acto de violencia, sino el shock de una revelación. El último bastión de la dignidad, la palabra, había colapsado. La política había regresado al estado de las cavernas, donde el más fuerte o el más agresivo se llevaba la razón.

El gato saltó de su cojín. "Vámonos," me maulló. "Esta serie ya no vale la pena. El guion es patético, los actores son predecibles y el final es una tragedia. Es hora de buscar un nuevo planeta."

Y en el silencio que siguió a la pelea, cuando los créditos de la noticiera empezaron a rodar, solo se escuchó el ronroneo de mi gato, un sonido que era a la vez un epitafio y una advertencia. La historia de esta civilización no terminaría con una explosión, sino con un bostezo.