El Árbol Herido y la Trascendencia de las Truchas
Por El Patriarca de la Prosa
"La realidad no es lo que nos muestran los ojos, sino lo que nos susurran los espejos y los vientos en los rincones más profundos del alma."
En un pequeño pueblo en los Andes, donde el tiempo se mide con el lento paso de las nubes y los secretos se guardan en el silencio de las montañas, existió un árbol, un viejo ciprés que, con sus ramas nudas y retorcidas, había presenciado el nacimiento y la muerte de varias generaciones. En la madrugada de un martes de lluvia, un rayo, como una flecha de luz y fuego, lo partió en dos, dejando una herida humeante y una fisura que parecía un mapa incompleto. Aquella mañana, los habitantes, curiosos y temerosos, se acercaron a ver el desastre. Pero el verdadero enigma no estaba en el árbol, sino a sus pies: esparcidas sobre la tierra negra, yacían docenas de truchas, plateadas y muertas, como gemas caídas del cielo.
Nadie pudo explicar el fenómeno. Los pescadores del río más cercano, a varios kilómetros de distancia, juraron que sus redes estaban vacías. El científico, un hombre de números y fórmulas, murmuró algo sobre una tromba de agua, un fenómeno meteorológico tan raro como un espejismo en el desierto. Pero la gente del pueblo, que sabía leer los presagios en el vuelo de los colibríes y en la forma de las hojas secas, comprendió que la explicación estaba más allá de la razón. El árbol y las truchas eran parte de un mismo relato, un hilo invisible que unía la furia del cielo con la calma de las profundidades.
El misterio se convirtió en leyenda. Los niños que jugaban cerca de la herida del árbol decían oír el lamento de la trucha que no había sido encontrada. Los ancianos, con la sabiduría que solo el tiempo puede conceder, narraban que las truchas eran almas perdidas, que habían ascendido al cielo por la energía del rayo, y que al caer de nuevo a la tierra, habían encontrado su destino. El árbol, herido y mudo, se transformó en un portal, un punto de encuentro entre lo terrenal y lo etéreo, un recordatorio de que los mundos invisibles coexisten con el nuestro.
Con el tiempo, la fisura en el árbol se llenó de musgo y de flores silvestres. Las truchas, por su parte, se desvanecieron en el recuerdo, sus escamas plateadas solo visibles en la memoria colectiva. Pero el enigma permaneció, como una pregunta sin respuesta en el laberinto de la vida. ¿Fue un fenómeno natural o un milagro? La ciencia tiene una explicación, pero la literatura y la poesía sugieren otra, más compleja y mágica. El árbol y las truchas no son un acontecimiento, sino un relato, una paradoja en la que la verdad se esconde en el misterio, y la lógica se disuelve en el asombro.
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