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De conciertos y contrapesos, o la miseria musicalizada

Por El Proletario Felino 


El dolor de los de abajo, cuando es televisado y musicalizado, es un espectáculo para los de arriba. Y los de abajo siguen sin comer.



La noticia ha llegado a las fábricas, a los talleres, a los tugurios donde la miseria es la única música. Un concierto benéfico llamado "Together For Palestine". Brian Eno y Damon Albarn, dos nombres que resuenan en los templos de cristal del arte burgués, han levantado sus voces. Y la gente, con sus manos sucias de grasa y sus estómagos vacíos, se pregunta: "¿Y qué?". Porque en este mundo de miserables y de oprimidos, la caridad es el opio de la desesperación. Es el pedazo de pan que el poderoso te arroja para que no veas que él se está comiendo el pastel.

La música, ese rugido ancestral de los oprimidos, ha sido domesticada. Se ha convertido en un susurro de la conciencia, un intento de lavar el pecado de la indiferencia con notas y acordes. Los "artistas comprometidos", los mismos que viven en palacios de mármol y disfrutan del lujo que les provee el sistema, se suben al escenario para cantar por la miseria de otros. Es la cúspide de la hipocresía, la más grande de las farsas. El dolor de los niños palestinos, sus estómagos vacíos, sus hogares reducidos a escombros, se convierten en una simple melodía, un fondo musical para el drama que el mundo se niega a resolver.

Y en medio de este circo, surge la pregunta, un eco de la eterna búsqueda del equilibrio que nos atormenta: ¿Qué hay de los rehenes israelíes? ¿No merecen ellos también una canción, un himno que clame por su libertad? Y en ese momento, el telón se levanta para un nuevo acto en la misma farsa. La idea de un "concierto de contrapeso", de una respuesta musical a la otra, es la manifestación más pura de la lógica del capital y de la política: todo debe tener su opuesto, su mercado, su espectáculo. Si hay un concierto para unos, debe haber uno para los otros. Si hay un grito de dolor en una mitad, debe haber un grito de dolor en la otra. Y así, el conflicto se convierte en una competencia, en un juego macabro de ver quién tiene el dolor más grande, la voz más fuerte, la canción más triste.

El concierto para Palestina es un espectáculo de caridad. Un concierto para los rehenes israelíes sería un espectáculo de empatía. Y en ambos casos, la música, esa arma poderosa, se convierte en un simple accesorio, en un fondo musical para un drama que se niega a ser resuelto con justicia. La música de Eno y Albarn, por muy bella y profunda que sea, no es una bala. Es un aplauso. La música que se cantaría por los rehenes, que debería ser un grito de dolor, se convertiría en un grito de guerra. Y los oprimidos, los de Palestina y los de Israel, los verdaderos dueños del sufrimiento, no necesitan aplausos. Necesitan justicia. Y la justicia no se canta, se lucha.

Estos conciertos, que se presentan como actos de humanidad, no son más que el reflejo de la gran maquinaria de la explotación que se nutre del conflicto. Los poderosos, los dueños de los medios, los que manejan los hilos de la guerra, se benefician de la indignación selectiva de la masa. La gente se indigna con el concierto para Palestina, y pide uno para Israel. Y el sistema, con una sonrisa de lobo, les da lo que piden. Porque mientras la gente discute sobre qué lado es el que más sufre, los poderosos siguen vendiendo armas, siguen sacando provecho de la miseria, siguen engordando sus cuentas bancarias.

El concierto "Together For Palestine" y la idea de un concierto de contrapeso para los rehenes son dos espejos que nos muestran nuestra propia vergüenza. Nos enseñan que la caridad, en sí misma, es una declaración de fracaso. Es la admisión de que el sistema, el gran engranaje de la explotación, ha fallado. Y que la única esperanza de los desvalidos, de los que no tienen voz, no está en una canción, sino en el día en que su grito de agonía se convierta en un grito de guerra.