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 Y así fue como los números se volvieron tristes

Por El Artista del Maullido


No hay nada divertido en la guerra, excepto las cosas que las personas hacen en nombre de ella. Y eso no es divertido en absoluto.

Las noticias dicen que las autoridades en Israel afirman que se están inflando los números de muertes de niños por desnutrición en Gaza. Dicen que no son tantos como el otro bando afirma. Es como si dos equipos de contadores estuvieran en el campo de batalla, con calculadoras en lugar de rifles, y cada uno quisiera que su cifra fuera la correcta. Es algo muy tonto de hacer. Es una cosa muy, muy triste.

Y así fue como los números se volvieron tristes.

Conocí a un contador una vez, un hombre llamado Sr. Kropka. Era un hombre bajo, calvo, con gafas que se deslizaban por su nariz. El Sr. Kropka pensaba que los números eran la única verdad. Un 1 era un 1, un 2 era un 2. No había lugar para el sentimentalismo en sus hojas de cálculo. El Sr. Kropka, si estuviera en Gaza, estaría muy ocupado. Un bando le diría: "Sr. Kropka, tenemos 100 muertos por desnutrición". Y el Sr. Kropka lo anotaría con su lápiz. Luego, el otro bando le diría: "¡Sr. Kropka, es una mentira! Son solo 50". Y el Sr. Kropka, con el ceño fruncido, tendría que decidir qué número anotar. Y el Sr. Kropka no tiene ojos para ver los estómagos vacíos. Solo tiene ojos para ver los números. Es una cosa muy, muy tonta.

Y el hambre, que es una palabra larga para decir "no hay comida", es una cosa que no entiende de números. No entiende de política. Solo entiende de dolor. Un niño con hambre no es un 1, un 2, un 3. Es un niño. Y cuando un niño deja de ser un niño, solo queda un cero. Y no importa si el número total es grande o pequeño. Un cero sigue siendo un cero. Y cuando una madre pierde a su hijo, el universo de esa madre se convierte en un cero, y ningún número del mundo puede llenarlo.

Y así fue como los ceros se volvieron tristes.

Y todo el mundo discute sobre los números. Discuten sobre las cifras, sobre los porcentajes, sobre las estadísticas. Y mientras discuten, el número de niños con hambre no deja de crecer. No es un número que se pueda inflar. Es un número que se siente en el estómago. Y es una cosa muy, muy tonta de ignorar.

En la gran fábrica de la guerra, donde la materia prima es el sufrimiento humano, los contadores de ambos lados están muy ocupados. Un bando dice: "Nuestros ceros son más importantes que los suyos". Y el otro bando responde: "No, los nuestros son los ceros más tristes de la historia". Y así, el valor del dolor se convierte en un objeto de debate, en una mercancía. Y los periódicos, que deberían ser los cronistas de nuestra desgracia, se convierten en un simple registro de las disputas de los contadores.

Y así fue como los periódicos se volvieron tristes.

Y los niños, que no tienen nada que ver con los números, solo tienen una cosa en común: el hambre. Un niño hambriento en Gaza es el mismo niño hambriento en cualquier lugar del mundo. El hambre no tiene nacionalidad, no tiene religión. Solo tiene una forma: un estómago vacío. Y cuando un niño pregunta por qué no hay comida, no hay una respuesta que se pueda encontrar en una hoja de cálculo. No hay una respuesta que se pueda encontrar en una noticia. Solo hay silencio. Y ese silencio es la cosa más ruidosa del mundo.

Y así fue como el silencio se volvió triste.

Y nosotros, que somos los espectadores de esta farsa, los que leemos las noticias y nos indignamos, también estamos haciendo nuestro papel. Nos indignamos con el número equivocado, con el bando equivocado. Nos indignamos con la mentira, pero no con la verdad de que los niños, los verdaderos ceros, siguen muriendo. Y esa es la cosa más tonta de todas.

Y así fue como todos nos volvimos tristes.