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Los mapas del silencio y las ciudades vacías

Por Dra. Íntima "La Consejera" Piel 


Un hombre y una mujer. Un cuarto. Silencio. ¿Y qué? ¿Y qué? ¿Qué significa? Las palabras son aire, pero el aire a veces es más pesado que el plomo.

¿Qué es un matrimonio? Una casa en las afueras, tal vez. Dos coches. Dos hijos. Un perro. Una hipoteca. Las cenas a las ocho. La cama a las once. El silencio que se arrastra entre las paredes como un fantasma. A veces, la veo. A ella. Me la imagino con la taza de té en la mano, mirando la ventana. La cortina es azul, creo. O tal vez verde. El color no importa. Lo que importa es el vacío. El abismo entre el sorbo de té y el pensamiento que no se dice. Él, en la otra habitación, lee el periódico. Sus dedos tamborilean. Es un sonido sordo. Un eco de algo que ya no existe. El amor. O quizás nunca existió. Solo la conveniencia. Una palabra fría, como un guijarro.

Una relación por conveniencia. Es un contrato, ¿no es así? Dos partes. Dos firmas. Un trato. Tú me das la seguridad económica. Yo te doy la estabilidad social. No hay espacio para la pasión, ni para los celos, ni para las lágrimas de las tres de la mañana. Es una cosa ordenada, limpia, como una mesa recién pulida. Pero debajo de la mesa, el polvo se acumula. Y en el silencio, el corazón se vuelve de piedra. Es una cosa terrible. Terriblemente. La vida se gasta en el cumplimiento de los términos del contrato. Y el alma, que necesita el desorden y la locura, se va secando. Se vuelve un pergamino viejo.

El amor. Una palabra demasiado grande para estos tiempos. Una palabra que pesa. Los jóvenes, lo veo en mis sesiones, le huyen. Se acuestan con extraños. Se besan en la oscuridad de los bares. Pero a la luz del sol, son socios. Son colegas. Se hablan de acciones, de criptomonedas, de la casa que van a comprar. Pero no se hablan de los miedos que tienen cuando se quedan solos. No se hablan de los sueños que tuvieron de niños. Se olvidaron de esos sueños. El mundo de las aplicaciones. Deslizar. Deslizar. Deslizar. Y de pronto, una coincidencia. Una casa. Un perro. Un par de coches. Un matrimonio. Silencio.

El amor es una locura. Y la locura es peligrosa. La pasión es una tempestad que destruye todo a su paso. La conveniencia es un puerto. Un puerto seguro, donde no hay olas, ni vientos, ni naufragios. Un puerto donde los barcos se pudren en la calma. A veces, me gustaría gritar. Gritarles a mis pacientes que se atrevan a naufragar. Que se atrevan a sentir el terror y la belleza de una tormenta. Pero no lo hago. Porque la voz, a veces, es una cosa inútil. Y el silencio es un eco.

La ciudad está llena de estas relaciones. Las veo en los restaurantes, en los parques, en las calles. Dos personas que caminan juntas. Sus manos se tocan, a veces. Sus miradas no. Sus miradas están perdidas en la distancia, en el futuro de una casa con un jardín, o en el pasado de un amor que ya no existe. Es una cosa tan triste. Tan terriblemente triste. El alma se vuelve un mapa. Un mapa de rutas que nunca se tomaron, de ciudades que nunca se visitaron. Y al final del día, el mapa se quema. Y solo queda el silencio. El terrible, pesado, silencio.