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La Danza Silenciosa del Poder:

 Navegando las Dinámicas de Influencia y Reacción en las Relaciones de Pareja

Por Dra. Mente Felina



En el delicado entramado de la relación de pareja, existe una coreografía invisible, un vaivén constante de fuerzas y flujos: la dinámica del poder. No hablamos siempre de tiranías explícitas o sumisiones evidentes, sino de las corrientes subterráneas de influencia y reacción que, a menudo sin conciencia plena, moldean cada interacción, cada decisión, cada latido compartido. ¿Quién decide el destino del ocio, el rumbo de las finanzas, la cadencia de la vida cotidiana? En esta danza silenciosa, se revela no solo el carácter de los amantes, sino también la intrincada psique que cada uno aporta, tejiendo un patrón que puede ser una sinfonía armoniosa o una disonancia sutil que erosiona el vínculo. Explorar estas dinámicas es un acto de valentía, un paso hacia la autenticidad y el bienestar compartido.

El amor, en su esencia más pura, promete igualdad, reciprocidad, un encuentro de almas en paridad. Sin embargo, en la realidad del día a día, las relaciones rara vez son un espejo perfecto de equilibrio. Como las mareas que suben y bajan, la influencia en una pareja se desplaza, se asienta, a veces se estanca. ¿Es uno siempre quien inicia la conversación difícil, quien planifica el futuro, quien decide el tono de la jornada? Y el otro, ¿quien asiente, quien se adapta, quien navega la corriente impuesta con una quietud que a veces roza la resignación? La complejidad de la mente humana, a la que Virginia Woolf dedicó sus más profundas exploraciones, nos revela que estos roles no siempre son elegidos, sino a menudo el eco de patrones aprendidos, de miedos arraigados, de una búsqueda inconsciente de seguridad o control.

Consideremos a Ana y Marcos. En la superficie, una pareja funcional, amable. Pero en su interior, una coreografía. Ana, con su energía directiva, tiende a organizar, a tomar las riendas de la vida social y las decisiones importantes. Marcos, por su parte, cede, se adapta, prefiere la paz a la confrontación, el seguir antes que el guiar. ¿Es esto un desequilibrio perjudicial? No necesariamente. Si ambos encuentran satisfacción en sus roles, si Ana siente que su iniciativa es valorada y Marcos halla tranquilidad en la adaptabilidad, podría ser una complementariedad funcional. El problema surge, como Cervantes nos enseñaría con sus personajes, cuando uno de los dos roles se vive desde la imposición o la anulación, cuando la voz de uno se silencia por la costumbre o el miedo, y el otro asume una carga invisible de responsabilidad que puede derivar en resentimiento.

Ana, en su fuero interno, a menudo suspira. “Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? La inercia de Marcos es un peso que, aunque invisible, me agota. Siento la presión, la obligación tácita de ser siempre el motor, el timón. Anhelo que él tome las riendas de vez en cuando, que proponga, que me alivie de esta constante planificación. ¿Será que él simplemente no se da cuenta de este cansancio? ¿O es que lo prefiere así?”

Marcos, por su parte, se retrae. “Si propongo algo, Ana siempre tiene una mejor idea, o simplemente lo adapta a su gusto. Es más fácil no discutir, dejar que ella decida. Pero a veces, esa comodidad se transforma en un velo, una sensación de que mis deseos, mis preferencias, se diluyen, se vuelven irrelevantes. ¿Será que no tengo voz, o que he olvidado cómo usarla? Una parte de mí ansía ser visto, escuchado, sentir que mis anhelos también importan en la dirección de nuestra vida. Pero el esfuerzo de la confrontación… el riesgo de su desaprobación… es un abismo que prefiero no cruzar.”

La psicología de las relaciones nos enseña que estas dinámicas no son estáticas. Se construyen a través de innumerables interacciones, microdecisiones, silencios y asentimientos. Un estudio de la Universidad de California, por ejemplo, destaca cómo la "dependencia mutua" puede ser saludable cuando ambos socios se sienten libres de influenciar y ser influenciados, manteniendo su autonomía. Sin embargo, cuando uno de los socios ejerce un "control coercitivo" (incluso sutilmente, a través de la manipulación emocional o la indiferencia), la autonomía del otro se erosiona, llevando a la inseguridad y al deterioro del bienestar individual.

Las consecuencias de este desequilibrio, para Ana, se manifiestan en una fatiga psíquica, un resentimiento sordo que burbujea bajo la superficie de su eficiencia. Una carga invisible de soledad en la toma de decisiones, una gradual pérdida del goce espontáneo, reemplazado por la sensación de deber. Para Marcos, el costo es la paulatina atrofia de su iniciativa, un desdibujamiento de su identidad en la pareja. La resignación se anida, y con ella, un anhelo tácito de ser "visto" y "escuchado" en su propia esencia. Sus deseos se vuelven susurros apenas audibles, incluso para sí mismo. Se genera una profunda brecha, un silencio que no es de paz, sino de deseos reprimidos, de anhelos postergados.

Reconocerse en esta danza es el primer acto de valentía. Para el "dominador" aparente, implica una introspección sobre la necesidad de control: ¿proviene del miedo a la vulnerabilidad, de una profunda inseguridad, de la creencia de que solo su forma es la correcta? Para el "dominado" aparente, significa explorar la raíz de la sumisión: ¿es comodidad, miedo al conflicto, baja autoestima, o un patrón de sacrificio aprendido? Las perspectivas de terapeutas relacionales, como el Dr. John Gottman, enfatizan que una comunicación abierta y asertiva, donde ambos se sienten seguros para expresar sus necesidades y límites, es fundamental para transformar estas dinámicas. No se trata de eliminar el poder, sino de distribuirlo, de compartirlo, de que la influencia sea una corriente que fluye en ambas direcciones.

El bienestar emocional en la pareja no es la ausencia de poder, sino la capacidad de cada individuo para mantener su autonomía y agencia dentro de la relación. Es la libertad de disentir sin miedo, de proponer sin imposición, de ceder por amor y no por temor. Es un constante renegociar, un escuchar activo, un validar al otro en su totalidad. Como en la más compleja de las obras de teatro, cada actor debe conocer su papel, pero también estar dispuesto a improvisar, a cambiar de lugar, a escuchar la réplica del otro con atención plena. Solo así, la danza del poder deja de ser silenciosa para convertirse en un diálogo, una creación conjunta de un espacio donde ambos prosperen.

En última instancia, navegar estas dinámicas es un camino hacia la autenticidad relacional. Es el arte de encontrar el equilibrio entre la individualidad y la unión, entre la fuerza y la vulnerabilidad, permitiendo que el amor sea un espacio de crecimiento mutuo, donde la influencia se entrelaza con el respeto, y la libertad individual fortalece el lazo, en lugar de aprisionarlo. Es una promesa de bienestar que se construye día a día, en cada interacción, en cada decisión consciente.