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Frontera de Fuego y Huesos:

 El Viejo Conflicto Tailandia-Camboya en 2025

Por El Gato Negro



Las noticias llegan como el eco de disparos lejanos, y en el sudeste asiático, ese eco se ha vuelto un trueno. En julio de 2025, la frontera entre Tailandia y Camboya ha vuelto a ser escenario de muerte: al menos nueve civiles asesinados, intercambio de fuego, y el desprecio diplomático de la expulsión de embajadores. Esto no es una simple escaramuza. Es la resurrección de una vieja herida, un recordatorio brutal de que algunas cicatrices geopolíticas nunca sanan del todo. Y en este juego, los que pagan el precio son siempre los mismos: los que viven en la línea de fuego. Así como en Cachemira o el Sáhara Occidental, hay conflictos que el mundo prefiere olvidar, hasta que la sangre vuelve a teñir los titulares.

El epicentro de esta sangría es el Templo Preah Vihear. Un santuario antiguo, Patrimonio de la Humanidad, convertido en una maldición. La Corte Internacional de Justicia (CIJ) ya dictaminó en 1962 que el templo es camboyano. Fin de la historia, ¿verdad? No. La sentencia dejó una zona gris alrededor, un pedazo de tierra que ambos reclaman. Para Camboya, es el orgullo de un imperio perdido. Para Tailandia, es soberanía, un punto en el mapa que la retórica nacionalista inflama con facilidad. Aquí, la historia no es un libro, es una herramienta política. Los líderes la agitan cuando necesitan distraer, cuando la popularidad baja o cuando los cimientos del poder interno tiemblan. La sangre derramada es solo un efecto colateral de sus maniobras.

Esta escalada, en pleno 2025, no sucede en el vacío. Tailandia sigue sumida en su propia inestabilidad política, una danza constante de golpes de estado disfrazados y facciones enfrentadas. ¿Qué mejor manera de unir al país que un enemigo externo? Es un truco viejo, pero efectivo. En Camboya, la situación también es frágil, y un conflicto fronterizo puede ser una justificación perfecta para unificar a la población o para buscar más apoyo de sus benefactores. China, siempre atenta, observa con interés. Una ASEAN debilitada por conflictos internos es una ASEAN más maleable, y eso encaja perfectamente en el tablero de ajedrez de Pekín en la región.

Pero olvidémonos por un momento de los diplomáticos y los generales. Hablemos de la gente. Las aldeas cercanas a Preah Vihear no son puntos en un mapa; son hogares. Son familias que no saben si sus hijos regresarán de la escuela, si sus cosechas serán quemadas, si el próximo disparo llevará su nombre. "¿Para qué sembrar, si mañana todo puede ser ceniza?" Esa frase, susurrada por un campesino evacuado, resume la desesperación. Nueve civiles muertos es una cifra que esconde el pánico, las noches en refugios improvisados, la desesperación de ver sus vidas y sus medios de subsistencia pulverizados por una disputa territorial que les es ajena, pero los consume. La "zona gris" no es solo un área en disputa; es un infierno viviente.

La comunidad internacional, liderada por la ASEAN, emite comunicados, llama a la calma. Pero la realidad es que el bloque regional a menudo se muestra ineficaz cuando sus propios miembros se desangran. La no injerencia es un principio noble hasta que se convierte en complicidad pasiva. ¿Hasta cuándo permitirán que estas viejas heridas abiertas desestabilicen una región estratégica? Los mercaderes de la paz, si existen, deben actuar con contundencia.

La frontera entre Tailandia y Camboya es una herida que se reabre periódicamente. Un recordatorio brutal de que los legados históricos, si no se manejan con sabiduría, se convierten en sentencias de muerte. Los templos de piedra antigua son majestuosos, sí, pero bajo su sombra, la historia se repite con sangre. Esta no es solo una noticia; es una advertencia, un eco sombrío de la incapacidad humana para aprender de sus errores. Y la sangre seguirá goteando sobre la piedra sagrada, hasta que alguien, por fin, decida cerrar la herida. Y el gato, desde las sombras, lo observa todo.