El Feminismo Radical y la Trampa de lo Malinterpretado
Por El Gato Negro
El aire está denso, cargado de reclamos y malentendidos. En 2025, hablar de géneros parece una caminata por un campo minado. Del lado de los hombres, crece una queja silenciosa que ahora empieza a gritar: ¿Está el feminismo, en su justa cruzada por la equidad, oprimiendo al hombre común? La pregunta suena a herejía en ciertos círculos, pero la sensación de "pisar huevos" o de que cualquier interacción espontánea puede llevar a la hoguera pública es una realidad para muchos. El Gato Negro, desde las sombras, observa esta danza de acusaciones y miedos.
Por un lado, el feminismo ha desvelado verdades incómodas y dolorosas. Décadas, siglos de desigualdad, violencia y acoso contra las mujeres no son inventos. Piropos que eran halagos para unos, eran intrusión y miedo para otras. Roce "accidental" que era nimiedad, era abuso repetido. La movilización ha sido necesaria, y los resultados, en muchos aspectos, son avances fundamentales para una sociedad más justa. Las víctimas, finalmente, han encontrado una voz, y eso es innegable.
Pero en el fragor de esta necesaria revolución, algo se torció, o al menos así lo perciben muchos. Para un sector de hombres, el mensaje de empoderamiento femenino ha mutado, dicen, en una suerte de "caza de brujas" invertida. La línea entre un comentario inocente y una "microagresión", entre un acercamiento genuino y el acoso, se ha vuelto difusa, casi invisible.
Aquí un ejemplo reciente, extraído de la cruda realidad de la calle: Un chico espera el autobús, mirando hacia la avenida. Delante, una mujer con un vestido llamativo. El chico, absorto en su espera, ni la mira. De pronto, sin mediar palabra, la mujer se gira, le propina una cachetada y lo tilda de "pervertido". El joven, atónito, solo alcanza a balbucear un "¿qué onda con esta mujer?" mientras ella continúa golpeándolo, hasta que finalmente llega la policía, quienes, para incredulidad de los testigos, terminan llevándose al chico. Este incidente, real, encapsula el miedo que muchos sienten: el de ser sancionado, no por una acción, sino por una suposición, por una mirada no dada o un movimiento malinterpretado.
Aquí reside la trampa de esta era: la intención se ahoga en la percepción. Si una mujer se siente incómoda, su experiencia es válida, y debe ser escuchada y protegida. Eso es un avance. Pero cuando esta validez se extiende a una presunción de culpa automática, sin matices, sin espacio para el error o la mala interpretación, entonces el diálogo se rompe. La sociedad se polariza. Se crean trincheras. Los hombres se sienten "patraqueados", acusados de ser parte de un sistema opresor solo por su género, y se repliegan. No es una opresión sistémica comparable a la que el feminismo combate, pero es una restricción social que genera resentimiento y confusión.
¿Es esto feminismo? El Gato Negro lo duda. Es una interpretación radicalizada, una aplicación desmedida, o quizás la inevitable colisión entre generaciones con códigos sociales distintos. El verdadero feminismo busca igualdad, no venganza ni opresión invertida. Pero el ruido de los extremos ahoga el mensaje central.
La solución no está en silenciar ni los miedos masculinos ni los reclamos femeninos. Está en la educación, en la claridad de lo que es respeto y lo que es acoso, en la empatía de escuchar ambas partes sin invalidar de entrada. Debemos aprender a coexistir, a comunicarnos, a reconocer que el error humano existe sin que cada paso en falso sea un crimen. Si no, seguiremos con una guerra de géneros absurda, donde ambos lados se sienten agredidos y nadie avanza. El romance, la convivencia, la simple interacción humana, se secarán en la tierra quemada de la desconfianza mutua. Y en esa tierra estéril, nadie gana. Ni el hombre, ni la mujer, ni la sociedad.
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