## Parte 1: El Plan y la Ejecución
### CapÃtulo 1: La Idea Perfecta
El sol estaba comenzando a ponerse sobre la ciudad, proyectando sombras largas y ominosas en las calles. Richard Langley, un hombre de cuarenta años con cabello grisáceo y ojos astutos, sentó en su sofá, mirando fijamente la pantalla de su computadora.
La habitación estaba impregnada de un silencio opresivo, interrumpido solo por el suave zumbido del aire acondicionado.
Richard era un hombre exitoso, un empresario de renombre que habÃa construido su imperio desde la nada. Sin embargo, últimamente, habÃa sentido un vacÃo profundo dentro de sà mismo. La muerte de su esposa, Sarah, tres años atrás, habÃa dejado una brecha insuperable en su vida. Los amigos decÃan que con el tiempo se recuperarÃa, pero Richard sabÃa que nunca serÃa en mismo.
Mientras sus pensamientos vagaban por el pasado, recordando momentos felices compartidos con Sarah, Richard notó una sensación
extraña en su estómago. Era como si su cuerpo estuviera tratando de alertarlo de algo, pero no sabÃa de qué se trataba.
Esa noche, mientras su mente seguÃa flotando en el mar de recuerdos dolorosos, Richard tuvo una idea. Una idea que lo hizo
sentir vivo por primera vez en mucho tiempo. La imagen de los cincuenta millones de dólares que su empresa habÃa ganado en el
último trimestre flotó en su mente con una claridad sorprendente. ¿Qué pasarÃa si pudiera hacerse con esa cantidad? PodrÃa
retirarse del mundo empresarial y vivir la vida que siempre habÃa querido.
Richard comenzó a calcular mentalmente las posibilidades. PodrÃa viajar por el mundo, comprar lo que siempre quiso pero nunca
se permitió, y simplemente disfrutar de la riqueza. La emoción que sentÃa era palpable, mezclada con una sensación de culpa
que intentaba ignorar.
La memoria de Sarah reapareció en su mente, recordándole sus palabras: "¿Qué pasa si pierdo todo?" le preguntó Sarah, mirándolo
con sus ojos brillantes. "Entonces encontraré algo nuevo", le respondió Richard, pero ahora se daba cuenta de que no habÃa
entendido completamente lo que ella querÃa decir. La frase "El dinero no compra felicidad" resonó en su mente con una ironÃa
cruel. ¿No era precisamente lo que estaba planeando hacer ahora? ¿Era esto realmente lo que ella querÃa decir?
Con cada paso que daba por su estudio, Richard sentÃa su idea creciendo. PodÃa verlo todo claro en su mente: cómo hackear el sistema de seguridad, dónde colocar las bombas de tiempo, quién podrÃa ayudarlo a llevar a cabo el plan sin arriesgarse
demasiado. La idea comenzó a tomar forma en su mente como una imagen borrosa que se enfocaba gradualmente. Fue como si su
cerebro estuviera tratando de advertirle de algo, pero no podÃa entender qué era.
La habitación estaba llena de recuerdos: fotos de Sarah sonriendo, premios obtenidos en su carrera profesional, y libros sobre
finanzas y estrategias empresariales. Pero ahora, esos objetos parecÃan carecer de significado. Los miraba con desdén, como si fueran reliquias de un pasado que ya no tenÃa lugar en su vida.
De repente, el ruido del aire acondicionado se cortó abruptamente. El silencio que siguió fue ensordecedor. Richard se detuvo
en seco, esperando que el ruido volviera, pero permaneció en silencio. La sensación de miedo que sentÃa era palpable, mezclada con una mezcla de emoción y ansiedad.
Richard sintió un escalofrÃo recorrer su espina dorsal. No era de frÃo, sino de miedo. Un miedo que intentó ignorar, pero que
persistÃa en su mente como una sombra.
Con una sonrisa satisfecha que apenas lograba contener su nerviosismo, Richard se dirigió hacia su computadora y comenzó a teclear. La idea que habÃa nacido esa noche iba cambiarlo todo. Iba a ser el comienzo de algo nuevo, algo que lo harÃa sentir vivo nuevamente.
Pero mientras sus dedos volaban sobre el teclado, Richard notó que su mano temblorosa dejaba una marca blanca en la pantalla.
Se detuvo brevemente, mirando fijamente la huella digital quedaba allÃ. Era como si su cuerpo estuviera tratando de advertir
le de algo más, algo que iba más allá de simplemente robar dinero.
"¿Qué tal si vamos a por los cincuenta millones?", pensó sonriendo satisfecho, pero con una sombra de duda en su mente. "El crimen perfecto es posible", añadió, pero esta vez, la frase sonó más como una pregunta que una afirmación.
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Autor: Kyrub
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