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LA DICTADURA SILENCIOSA DEL PENE CAPITALISTA:

 

 CUANDO LA JUVENTUD ES CONDENADA A SER SÍMBOLO

El sistema no quiere que el hombre joven tenga un problema sexual; quiere que sea un símbolo inquebrantable de poder. Mi análisis es claro: la disfunción sexual no es una debilidad individual; es la manifestación física de una opresión estructural. La ansiedad por el "rendimiento" es la micro-tiranía que el status quo ha impuesto sobre la biología, y la juventud está pagando el coste. Nos han vendido el sexo como una métrica de estatus, y cuando la máquina falla, el hombre es purgado del privilegio masculino. Esto es la guerra contra el cuerpo. 🔥⛓️

El problema de las disfunciones sexuales en hombres jóvenes (principalmente Eyaculación Precoz y Disfunción Eréctil de origen psicogénico) no puede ser abordado desde la terapia conductual superficial. Es un problema de lógica de poder. La sociedad, a través de la pornografía y la cultura de la performance constante, ha construido un esquema sexual que es, por definición, inalcanzable.

La juventud es el grupo más vulnerable porque está en la fase de adquisición de estatus. La virilidad, en este modelo, se reduce a la eficacia coital, y cualquier desviación de la norma se convierte en una falla de gobernabilidad sobre el propio cuerpo.

Observamos una constante histórica de control sexual (Foucault), donde la función íntima se convierte en un punto de presión social. Si un hombre no "funciona", se compromete toda su identidad pública. Esto genera una ansiedad de castración social tan potente que el cuerpo reacciona con mecanismos de defensa biológicos: el estrés crónico y la ansiedad se convierten en los agentes de censura del flujo sanguíneo.

La eyaculación precoz, por ejemplo, no es solo un tiempo reducido; es la expulsión súbita del sujeto del espacio de la intimidad, impulsada por el miedo a la evaluación y la pérdida de la erección. La prisa es el resultado de la presión por finalizar la tarea antes de que el fallo sea visible. Es el mecanismo de escape de la vergüenza.

La verdadera opresión radica en la privatización del fallo. Cuando el problema es sistemático y cultural, el joven lo interioriza como una culpa individual. Esto lo aísla y lo empuja a la soledad, aumentando los síntomas de depresión y baja autoestima, que a su vez retroalimentan la disfunción. El sistema lo convierte en un paria emocional.

La ley es simple: el deseo sexual es una función que requiere relajación y seguridad. La cultura de la performance impone tensión y vigilancia. El resultado no es biológico, es matemático. La fórmula del fracaso está escrita en la arquitectura de nuestra modernidad.

La disfunción sexual juvenil es la señal de alarma de que la máscara de la masculinidad hegemónica es tóxica y estructuralmente insostenible. Es una enfermedad social antes que clínica. El hombre joven no necesita una solución rápida; necesita la deconstrucción implacable de los mandatos de virilidad que lo están enfermando y aislando. La única cura es la liberación de la expectativa.

La pregunta no es qué hacer con el síntoma, sino qué harás con la estructura de poder que te obligó a convertir el placer en una tiranía; debes decidir si seguirás prestando tu cuerpo como lienzo para su ideología de la eficiencia.

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