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LA TIRANÍA DEL IMPERATIVO: La Búsqueda Forzosa de la Felicidad como Erosión del Ser Auténtico


Miren, camaradas, la cosa es que hemos normalizado una patología cultural que se viste de coaching. La felicidad, antes una epifanía, se ha vuelto una faena de tiempo completo, una obligación performativa que tenemos que entregar. Yo les digo, esta manía de andar optimistas a toda costa es la nueva forma de servidumbre existencial. La gente está midiendo su euforia en apps, como si el estado anímico fuera una variable de stock bursátil que requiere optimización constante.

Conozco el análisis profundo de esta condena. El alma se somete a la auto-explotación neurótica al interiorizar el mandato de "ser funcional". Se genera un déficit en la capacidad de sentir la sombra, porque el dolor o el simple bajón se catalogan como una falla técnica, un bug en el sistema personal. El dilema es este: el miedo a la melancolía consume más capital psíquico que la melancolía misma. Andar persiguiendo esa alegría de plástico anula el pathos, y esa negación, francamente, nos deja en una vaciedad ontológica que no compensa el esfuerzo.

Piénsenlo bien, carnales: la felicidad, cuando es coaccionada a la permanencia, devalúa su contraste dialéctico y se vuelve ruido blanco. Les suelto el dato duro: la estructura de nuestro corazón no fue diseñada para el estrés de la alegría perenne. Requerimos el claro-oscuro para la comprensión fenoménica. La sonrisa fija es una máscara tragicómica que secuestra nuestro logos. La conclusión es lapidaria: vivimos bajo una deuda del gozo, y la ansiedad que sentimos es el interés compuesto de ese esfuerzo por fingir una plenitud que es, por definición, fugaz.

Yo les afirmo que la salud de nuestro espíritu reside en la aceptación radical del devenir. Sostengo que la liberación llega cuando uno permite que el ánimo fluya como la entropía, sin el reproche moral. Concluyo que buscar una vida auténtica implica desertar del manual de la "vida feliz". Recuerden: el verdadero valor está en ese respiro honesto, aunque la verdad sea, a veces, un trago amargo.

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