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LA BIBLIOTECA COMO TUMBA

Nosotros creemos que el conocimiento es inmortal, ¿verdad? 🧠 Es la mentira más dulce de la historia. Yo les digo que la Biblioteca de Alejandría no fue un incendio; fue un lento asesinato cometido por una civilización que ya no se soportaba. Aquella vasta, inconmensurable riqueza intelectual fue la primera víctima de la voluntad de decadencia. Esto no es historia, es una autopsia. 🔪

La Gran Biblioteca (el Mouseion y sus anexos) no fue un mero depósito de libros; fue la central de investigación más grande del mundo antiguo, un motor de ciencia que en su apogeo, bajo el patronazgo de los Ptolomeos, albergó un estimado de 400.000 a 700.000 pergaminos [dato verificable]. El mundo, por primera y quizás última vez, tuvo la oportunidad de compilar la totalidad de su saber, y, al final, no supo qué hacer con él.

El colapso comenzó, como siempre ocurre, desde dentro. El primer gran ataque no lo hizo un bárbaro. Lo hizo el mismo poder que debía protegerla. En 145 a.C., el rey Ptolomeo VIII, apodado Fiscon (el Barrigón), disgustado por la élite académica que lo rodeaba, inició una brutal purga. Expulsó a casi todos los intelectuales de la ciudad, obligándolos a huir y a dispersar los fragmentos esenciales del conocimiento a Roma y a otros centros. Fue la civilización ejerciendo una autoflagelación intelectual.

El célebre incendio atribuido a Julio César en 48 a.C. es el acto que la historia seleccionó para el drama. Es cierto que, durante la Guerra Alejandrina, el fuego afectó almacenes adyacentes al puerto y dañó severamente la colección de copias. Sin embargo, no fue un ataque directo al Mouseion. El incendio, si bien catastrófico, fue solo un punto de no retorno. Incluso la posterior donación de Marco Antonio de los 200.000 rollos de la Biblioteca de Pérgamo no pudo restaurar lo que se había perdido: la integridad de las colecciones maestras.

El golpe de gracia fue, de nuevo, un acto de voluntad ideológica. El final oficial de la Biblioteca (el Serapeum, su último anexo vital) llegó en el 391 d.C. bajo el mandato del emperador Teodosio I. El patriarca cristiano Teófilo movilizó a sus seguidores para asaltar y destruir el templo y su contenido [dato verificable]. Este acto marcó el triunfo de una nueva cosmovisión que repudiaba la complejidad pagana.

El epílogo, el sacrificio final de la Razón, llegó con la muerte de la filósofa neoplatónica Hypatia en el 415 d.C. Una turba la arrastró y la asesinó brutalmente. Su asesinato no fue solo un crimen contra una mujer, sino un simbólico cierre de telón a una era donde la curiosidad y la duda eran virtudes públicas.

Miro esta historia y me doy cuenta de que la verdad es simple: nadie quema lo que valora. Alejandría nos enseña que la amenaza más grande para la razón y la complejidad no es la ignorancia externa, sino el resentimiento interno, el cansancio de la propia civilización que decide ser más fácil, más simple, más brutal. El conocimiento muere cuando elegimos la comodidad sobre la verdad, cuando nos volvemos enemigos de nuestra propia mente.

La pregunta no es quién quemó Alejandría, sino cuánto de ese fatalismo silencioso y destructor estás tolerando hoy en tu propia vida.

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