El Voto de Fe: Por Qué el Pago de Elon Musk No Es Finanzas, Sino la Consagración de un Culto Corporativo
Si usted intentara explicar esta decisión bajo los principios de la economía conductual (Kahneman), la encontraría irracional. Ninguna junta directiva seria otorga tal porción de la empresa a un solo individuo sin caer en el sesgo de la adoración. Los accionistas no votaron con la lógica de las hojas de cálculo; votaron bajo la hipnosis del individuo irremplazable.
Nietzsche nos enseñó que la humanidad siempre necesita crear héroes excepcionales, el Superhombre, para que trasciendan la moralidad común. En el capitalismo moderno, ese Superhombre viste traje espacial y promete la colonización de Marte.
El paquete de pago, con la opulencia y el vértigo propios de una novela de Fitzgerald, es la manifestación más obscena de esta deificación. Es un cheque que no solo recompensa el rendimiento pasado, sino que compra la identidad del líder. El pago no es un incentivo; es un tributo. Los accionistas no están invirtiendo en un plan de negocios; están invirtiendo en la mitología de Elon Musk.
La pregunta clave de la gobernanza, "¿Quién está al mando y para quién trabaja?", ha sido respondida: Musk es la corporación.
Paradójicamente, la justificación última de este paquete reside en una distorsión de la filosofía de Milton Friedman. Si la única responsabilidad de la corporación es maximizar el valor para el accionista, entonces un paquete de compensación que supuestamente impulsa al CEO a lograr un valor aún mayor podría defenderse como el acto final y puro del capitalismo de accionistas.
Pero esta defensa es un cáncer: convierte el valor en una función de la persona, no de la estructura. El paquete es, en esencia, una cédula hipotecaria sobre la continuidad del genio.
La realidad es que esta aprobación no valida la gobernanza de Tesla; la entierra. La junta ha abdicado de su responsabilidad de control. El futuro de la compañía pende de la voluntad inestable de un solo hombre.
La votación de los accionistas de Tesla es un evento que será recordado no por la cifra que alcanzó, sino porque marcó el momento en que una de las corporaciones más grandes del mundo dejó de ser una entidad empresarial y se convirtió en una caja de resonancia para el ego de su fundador. Es la gloriosa y decadente cúspide de la era del CEO-Dios.

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