EL TERROR ESTÉTICO DE LA INFANCIA: LOS POLLITOS DE COLORES COMO BIOPOLÍTICA DEL DESCARTE
Hemos creído que la explotación solo aplica a lo productivo. Pero la venta de estos seres vivos es una operación biopolítica que somete la vida a la tiranía del mercado. La pregunta no es por qué los venden, sino qué lección de jerarquía de miseria se le está inyectando al niño que lo compra. Se le enseña que la vida, para tener valor, debe ser modificada, espectacularizada y, finalmente, desechada.
La operación sobre el pollito es un acto de terror estético. El animal es despojado de su biología simple y funcional para ser transformado en un objeto de hiperrealidad de consumo. No es el color natural, orgánico, que inspira asombro; es el pigmento artificial y agresivo, que actúa como un disfraz que garantiza la venta. Este es el primer síntoma de un sistema que no valora la vida per se, sino solo la vida modificada para el placer visual y transitorio del consumidor.
Esta práctica se convierte en una escena de repetición trágica. El niño, atraído por el brillo tóxico, internaliza una regla fundamental y cruel: la forma real es aburrida, y la vida es desechable. El pollo, que fue una promesa de color y ternura, pierde su valor intrínseco en el momento exacto en que la tintura comienza a desvanecerse. Se ha despojado de su espectáculo y regresa a su condición de ser vivo simple, demostrando al niño que solo lo extremo y lo fugaz merecen atención.
Aquí reside el juicio sociológico más duro: al niño se le ofrece un pequeño ser vivo como una posesión que tiene una fecha de caducidad estética. Se le entrena para que la decepción no sea por la muerte del ser, sino por la pérdida del color. Se le introduce a la lógica del verdugo: el poder de la compra conlleva el derecho a la indiferencia cuando el objeto (vivo o no) deja de cumplir su función de entretenimiento. Es una lección temprana en la banalidad del mal envuelta en papel celofán, enseñando que la dignidad de la existencia es secundaria al capricho del poseedor.
Si el consumo es la mayor forma de control social, ¿cómo podemos romper el círculo de la indiferencia cuando permitimos que la vida más frágil se convierta en la lección inicial de la cultura del descarte?

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