EL MURO DE ACERO: LA SALUD MENTAL COMO LENGUAJE DEL PRIVILEGIO
Se ha impuesto la falacia más cruel de la modernidad: que el bienestar emocional es una responsabilidad individual. 💔 Comprendemos que la salud mental no es un derecho; es una infraestructura del privilegio, un recurso de acceso filtrado cuya disponibilidad es directamente proporcional al saldo bancario. El problema jamás fue la voluntad de sanar; el problema es la biopolítica del descarte que ha transformado la terapia y la medicación en una mercancía de élite, dejando a la mayoría condenada a gestionar su trauma en soledad.
Hemos romantizado el wellness hasta convertirlo en un imperativo estético, ignorando que el estrés y el trauma no son fallas personales; son el efecto ineludible de la miseria material. El sistema nos exige la gestión impecable del pánico, pero niega las herramientas para ello. La única forma de mantener el orden social es criminalizando o ignorando el sufrimiento de quienes no pueden pagar el precio de la calma.
La auditoría de riesgo social certifica que el verdadero agente patológico no es el desequilibrio neuroquímico; es la precarización sistémica. Observamos que la semiología del estigma se activa para garantizar que el individuo sin recursos permanezca en el silencio. El ciudadano de clase baja no solo sufre la depresión; sufre la doble condena de no poder pagar el tratamiento y de ser etiquetado como "débil" o "ineficiente" por el entorno que lo explota. La arquitectura del poder opera al transformar la ansiedad generada por la deuda, el alquiler y la incertidumbre laboral en una patología individual, desviando la atención del origen estructural (la Economía) hacia el síntoma personal (la clínica).
El análisis revela una dicotomía funcional ineludible: para la clase privilegiada, la terapia es un servicio de mantenimiento del rendimiento (un check-up); para la clase explotada, es una deuda de emergencia insostenible. La Jurisprudencia del sistema no garantiza el acceso a la cura, sino la disponibilidad del trabajo. El individuo es valorado por su capacidad para sobrevivir a la disociación (Reich), no por su capacidad para sanar. La narrativa social exige una dramaturgia de la resiliencia donde el héroe debe salir del fango por sí mismo. Esta ficción ignora que el trauma del proletariado no se cura con sesiones de meditación, sino con la abolición de la hipoteca y la certeza de la subsistencia. La antropología nos recuerda que el apoyo emocional siempre fue comunitario; el capitalismo lo privatizó.
La fuerza inmutable que mantiene este abismo es la colisión entre el impulso biológico de la sanación y el cálculo financiero del valor. Si el cerebro humano necesita quietud y seguridad material para sanar, ¿cómo podéis seguir exigiendo "responsabilidad emocional" a quien solo se le ha garantizado la tortura constante de la incertidumbre?

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