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Cuando el Amor se Reescribe: Deseo, Igualdad y Vínculos en Transformación

La realidad, sin filtros emocionales, es que el contrato afectivo ha expirado. El viejo discurso hegemónico nos enseñó que el amor es una fuerza mágica, irracional, una fusión química que te hace incompleto, y que la pasión se alimenta de la jerarquía y el misterio. Falso. La liberación económica y social de las últimas décadas no solo transformó la familia y el trabajo; ha disuelto ese pacto afectivo y ha impuesto una simetría brutal.

El amor, cuando se reescribe, se enfrenta a esta verdad: la igualdad es la máxima fuerza centrífuga del deseo, no su asesina. La gente tiene miedo de reescribir el vínculo porque teme que, al eliminar la dependencia, se cargue la tensión. Pero la única tensión que muere es la que existía entre el dueño y lo poseído. Si lo analizamos sociológicamente, el deseo tradicional era una relación de poder disfrazada de entrega. Uno era el sujeto activo, el que deseaba y proveía; el otro, la variable pasiva, el objeto que garantizaba pertenencia.

Ese viejo acuerdo está obsoleto. Hoy, ambos miembros de la pareja son sujetos soberanos y económicamente autónomos. El vínculo se enfrenta a su prueba de fuego: la elección libre y continua. Ya no hay una necesidad estructural que te obligue a permanecer, por lo que la pregunta se vuelve brutalmente honesta: ¿Por qué elegirías a alguien que ya no te "completa" ni te "salva"?

El deseo, en este nuevo código, no nace de la carencia, sino de la admiración. Nace del respeto por la diferencia, no de la jerarquía. El deseo se transforma: ya no deseamos la posesión, sino la libertad observada de nuestro compañero. Cuando cada uno se reconoce entero, el vínculo deja de ser un intercambio de vacíos para convertirse en un espacio de plenitud compartida.

El gran desafío de la igualdad es que exige una autorresponsabilidad total. Tu bienestar emocional no puede ser una partícula en superposición dependiente del otro. La pareja deja de ser un destino incondicional para convertirse en una práctica ética, una disciplina que requiere negociación, transparencia radical y la valentía de saber que la única certeza es el presente. El compromiso ya no es una promesa incondicional a futuro; es una decisión mutua y revocable de permanecer en el presente.

La única forma de que el amor sobreviva a su propia liberación es convertirlo en una ética de la igualdad. Un espacio donde el poder es una carga que se comparte, no un arma que se utiliza.

Mi conclusión final es que el verdadero desafío no está en la pasión; está en atrevernos a permanecer como dos sujetos libres que deciden encontrarse, una y otra vez, desde la curiosidad y la reciprocidad. El amor no es magia; es el resultado de una elección diaria.

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