EL SÍNDROME DE LA BELLEZA REMENDADA: EL PERFUME DE LA HIPOCRESÍA ESTRUCTURAL
El mundo ama el olor del teatro, especialmente cuando esconde la putrefacción. Queremos creer en la "nueva era" que se proclama con la corona de Miss USA, pero la verdad es más simple y mucho menos bella: no se trata de renovación, sino de control de daños. La única "nueva era" que existe es la de la amnesia selectiva, donde el escándalo es el abono perfecto para el siguiente ciclo de la farsa. La moralidad es el décolletage del poder: se insinúa, pero nunca se expone.
El apetito de la mente humana por la redención se satisface con el relato del renacimiento. Este impulso establece la conexión del tema con el Arquetipo del Fénix que, a través de la purificación por el fuego, recupera su brillo. Sin embargo, en la pasarela de la belleza con propósito, el concepto de "nueva era" se revela como una fantasía lírica que oculta una patología sistémica: la necesidad de la estructura de consumir y regurgitar el drama para validar su propia existencia. La estructura no se purifica; solo se camufla.
La persecución de una Miss sin mácula es un error conceptual. El verdadero desafío no reside en encontrar una belleza inocente, sino en gestionar la fricción ineludible que genera el poder. Cada escándalo supuestamente superado solo sirve para confirmar la dependencia de una variable constante: la atención. El análisis quiebra la verdad asumida: el objetivo no es la ética, sino la optimización de la paradoja—hacer que la virtud parezca más importante que el rendimiento económico del show. No es la moralidad, es la matemática del rating.
El conflicto obliga a una transformación conceptual. La audiencia y los organizadores, atrapados en la necesidad de demostrar su superioridad moral ante sus patrocinadores, se ven obligados a narrar el evento como una secuencia de limpieza y renovación. Esta ficción es necesaria para sostener el autoengaño colectivo—la idea de que una corona puede borrar un sistema roto. Pero la verdad obliga a una transformación. Al aceptar la inevitabilidad de la frivolidad y el cinismo, la única estrategia que "supera" el escándalo es la que dicta la maestría clásica: no cambiar el sistema, sino cambiar la narrativa. La maniobra más inteligente no es la que elige a la mejor candidata, sino la que hace que la continuación de la estructura sea percibida como un triunfo de la justicia.
El fin de estos concursos no será estructural, sino narrativo. La proyección indica que la "belleza" terminará cuando el cálculo frío dicte que la ganancia ya no compensa el precio de la hipocresía. En el futuro, la validación de la feminidad no será ganada por jurados, sino por modelos predictivos de relevancia social. La lección perenne es que la única belleza duradera es la que se ejerce sobre las propias expectativas y la voluntad de no participar en farsas ajenas.
Si el objetivo de la estética es proyectar un ideal, ¿podrá la sociedad algún día desarrollar un concurso de belleza que sea capaz de predecir la virtud, pero que, por una lógica superior, elija no coronar a nadie?

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