LA INVOCACIÓN DEL FANTASMA: Por Qué La Acusación De "Destituyente" Es El Gran Espejo De La Impronta Histórica
El acto final de la campaña, al acusar de "destituyente" al órgano legislativo, es una réplica exacta de la estrategia de la desesperación usada en la historia reciente. El líder no está creando un conflicto; está activando una memoria traumática en el colectivo para forzar una elección binaria y anular la posibilidad de una realidad compleja.
La acusación de que el Congreso opera como una fuerza "destituyente" no es una novedad; es un espejismo retórico que se repite cíclicamente en los regímenes que operan bajo la promesa de la refundación absoluta. La palabra es una máscara conceptual que el líder utiliza para proyectar la inestabilidad de su propia base de poder sobre la estructura formal del Estado. El Congreso, por su naturaleza de cuerpo plural y lento, se convierte en el receptáculo pasivo de la frustración del poder que busca la velocidad total.
El gran error en el análisis es creer que esta acusación es un ataque original; en realidad, es una invocación del fantasma de la inestabilidad pasada. El líder, al pronunciar el término, no hace más que apelar a la memoria histórica de su nación, una memoria cargada de crisis políticas y colapsos institucionales. Al nombrar el peligro, el líder consigue dos efectos devastadores:
Anula la Racionalidad: Sustituye el debate legislativo y económico complejo por una elección binaria emocional: o se está con el líder (la salvación), o se está con el enemigo (el colapso destituyente).
Fuerza la Sumisión: Condena al electorado a la resignación de la emergencia, obligándolos a votar no por la esperanza, sino por el miedo a que la historia traumática se repita. La base se vuelve la guardia pretoriana del líder, cuyo único propósito es evitar el retorno del pasado.
El gran espejo que se nos presenta es el de la simulación del conflicto. El líder no necesita que el Congreso sea realmente destituyente; solo necesita que el colectivo lo perciba como tal. Esta percepción es la única herramienta que permite anular el proceso democrático lento y reemplazarlo por la urgencia mesiánica.
El verdadero desgarro de la realidad ocurre cuando la ciudadanía acepta que el juicio histórico de un solo actor tiene más peso que la pluralidad de la ley. La única forma de romper este ciclo de la réplica es negarse a participar en la narrativa binaria. La conciencia soberana debe exigir que el líder negocie con las cámaras, no con el espectro de la crisis pasada. La historia nos enseña que el que más grita sobre el colapso suele ser el que más lo necesita para justificar su permanencia en el poder.

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