EL HORROR CÓSMICO DE LA EXISTENCIA: El Donbás y el Último Bastión Innegociable de la Identidad
Mi auscultación profunda, la de quien descifra los axiomas del poder, identifica que esta postura no es solo valentía, sino el despertar a una realidad lovecraftiana.
Aquí se revela la Patología Estructural de la guerra de desgaste: La Manufactura del Consentimiento por Cansancio. El axioma sistémico roto es que la diplomacia, operando al margen de la población, asume que el tiempo y el bombardeo constante desmantelarán la voluntad. La gente se convierte en una mercancía existencial, cuyo valor fluctúa según las necesidades energéticas de Europa y los límites de anexión de Rusia.
El horror no es el misil que cae, sino la realización de que, para las cancillerías, su vida es una variable desechable en una hoja de cálculo. La única certeza del Donbás es que la justicia territorial nunca vendrá de quienes diseñan el mapa en despachos lejanos, sino de su propia resistencia psíquica.
El punto de inflexión no está en Kiev ni en Moscú, sino en la reafirmación del Inconsciente Colectivo. La amenaza de ser una "moneda de cambio" ha forzado a esta población a enfrentarse a su Sombra: la posibilidad de la extinción cultural. Al negarse a la bandera rusa, no están eligiendo una política; están defendiendo su substrato mítico-nacional, el acuerdo subyacente de ser ucranianos.
Esta rebelión de la identidad es el doloroso despertar a una verdad fundamental: la única defensa efectiva contra el poder desmedido es la unidad de la narrativa interna. Es una salida de La Cueva, donde la verdad es cruda, pero infinitamente preferible a la cómoda mentira de la asimilación. El cuerpo político en Donbás ha optado por la guerra prolongada antes que por la paz de la asimilación.
El futuro presenciará la consolidación de la Soberanía Fragmentada por Identidad. En lugar de fronteras geográficas claras, las zonas de conflicto se definirán por enclaves de identidad monolítica que rechazarán la anexión. El mapa geopolítico se convertirá en un mosaico de voluntades armadas, haciendo imposibles los tratados de paz que se basen en la simple transferencia territorial de poblaciones. Esta dinámica se extenderá a otras zonas de fricción global.
Si la única bandera que garantiza el sentido de la vida es aquella por la que se está dispuesto a morir, ¿es la identidad nacional el último bastión innegociable que la geopolítica no puede comprar?

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