EL SONIDO DE LA RENDICIÓN: POR QUÉ LA MÚSICA NO ES UNA CURA, SINO EL ÚLTIMO REFUGIO ILUSORIO




La obsesión por que la música sea la panacea para el declive cognitivo revela la profunda miseria del espíritu contemporáneo: buscamos la salvación en un soundtrack externo en lugar de aceptar la naturaleza absurda de nuestra propia disolución. La promesa de que Bach o el dubstep pueden frenar la demencia no es ciencia, es un Mito de Sísifo Sónico. Empujamos la roca del recuerdo a lo alto del sistema límbico, sabiendo que el olvido rodará hacia el abismo de todos modos.

El fundamento de este fenómeno se apoya en La Gran Estafa Neurológica: el descubrimiento de que la música activa áreas amplias del cerebro, especialmente aquellas ligadas a la memoria emocional, no prueba que estemos curando nada, sino que estamos pateando la lata del diagnóstico. Lo que realmente sucede es una mera activación de la nostalgia. El cerebro, al escuchar una melodía de hace cuarenta años, no se está fortaleciendo; está experimentando un bucle de memoria emocional que, por un momento, le permite escapar del presente incierto. Esto es consuelo, no cura.

El mecanismo de supervivencia es el Autoengaño del Soundtrack. Usamos el arte para construir una identidad retrospectiva tan densa que el futuro (la demencia) se vuelve un enemigo menos visible. La música se convierte en nuestra última herramienta para atestiguar que, en efecto, existimos alguna vez. Pero esta herramienta es inherentemente pasiva. Reducimos la inmensa complejidad de la conciencia, el juicio moral, la empatía y el lenguaje a un simple patrón rítmico.

El colapso de la lógica es evidente: si la música fuera la cura, la humanidad sería inmortal; después de todo, nunca hemos dejado de cantar. La verdad es más brutal: la música en el contexto de la demencia solo ofrece una dignidad estética al olvido. Nos permite morir cognitivamente con un fondo musical hermoso, un acto de auto-indulgencia que no honra la vida sino que la embellece en su etapa final.

La Gran Fisura Estructural es la rendición a la idea de que la tecnología (el streaming, los audífonos de alta fidelidad) puede suplir la falla biológica inherente.

 La sociedad no usará la música para prevenir la demencia; usará Sistemas Binaurales de Confort implantados quirúrgicamente que emitirán frecuencias personalizadas para gestionar el colapso cognitivo. La música ya no será arte; será una neuro-regulación obligatoria, una terapia de choque sonoro para sostener la ilusión del yo hasta el último parpadeo.

Si la música es solo el último y más hermoso recordatorio de lo que estamos destinados a perder, ¿entonces el riesgo de la demencia es realmente peor que el riesgo de la memoria perpetua?

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